«Una piedra
cayendo en el agua
hace choploc
La baqueta
cayendo en la marimba
hace tuclún
Así va naciendo la música
entre choploc y tuclún
choploc y tuclún»
– Humberto Ak’abal
Toda creación musical nos permite ver. Aún siendo a partir del sonido, las imágenes que aparecen luego de escuchar melodías o ritmos, nos colocan frente al imaginario de los creadores musicales y sus contextos. Así como el resto de instrumentos, la marimba tiene el poder de transportarnos por varios tiempos y geografías. En Guatemala, este mismo instrumento nos acerca con capítulos relevantes sobre la historia y como se mezclan dentro de ella hechos sociales con artísticos. Al final la marimba ha acompañado el relato del territorio durante los últimos 400 años, desde que se estima empezó a ejecutarse en el siglo XVII.
Con el propósito de celebrar a lo grande el instrumento nacional de Guatemala, el Festival de Marimba Paiz ha conmemorado durante los últimos 44 años la transformación histórica de este dispositivo en el país. Para su última edición, realizada el pasado 22 de septiembre, el festival nos llevó a un importante encuentro con saberes intergeneracionales alrededor de la música, gracias a la interpretación de ocho ensambles locales de marimba, los cuales han sido formados desde 1954 hasta la actualidad.
De vuelta a la Gran Sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias (CCMAA), donde se realizó por varios años, el Festival de Marimba Paiz celebró en 2024 su 44ª edición, destacando una trayectoria ininterrumpida. Más allá de hechos coyunturales como el conflicto armado interno -durante la década de 1980- o la pandemia por covid-19 -en 2020 y 2021-, el festival ha persistido junto a la dulzura y el dramatismo de la marimba guatemalteca.
Todo sonido es una amalgama histórica
La gran fiesta dedicada a la marimba, celebrada el 25 de septiembre, ofreció al público una conexión única con el arte local, destacando la participación de ocho ensambles, cinco cantantes de proyección internacional y una gran cantidad de bailarines. Aunque el evento se desarrolló en la naturaleza de un domingo familiar, aquel no fue un domingo común: En las explanadas del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, miles de personas se reunían previo a su ingreso a la Gran Sala, donde las dos funciones programadas para ese día lograron reunir a casi 4 mil asistentes.
El evento reunió a una audiencia diversa en cuanto a edades. Ante esta gran convocatoria, las expectativas eran altas, especialmente al escuchar nuevamente un instrumento cuyo sonido es inconfundible, pero cuya historia es poco conocida en la sociedad. Así, la fiesta del 22 de septiembre se transformó no solo en un vibrante concierto, sino también en una valiosa lección sobre la historia nacional y la marimba.
La experiencia de aquel domingo comenzó con la marca sonora de la marimba. A pesar de que el inmenso telón del teatro permanecía cerrado, una sola luz iluminó a un hombre que, cargando una marimba de tecomates, cruzó el escenario de la Gran Sala mientras tocaba. En un profundo silencio, los ojos desde las butacas seguían atentos las manos del músico, que hacía retumbar las baquetas una y otra vez, de forma suave contra las teclas de madera.
Esta aparición en el escenario también sirvió para revalorizar la importancia y el sonido de la marimba de tecomates, instrumento común en regiones como Chichicastenango, Joyabaj, Quiché, Nahualá y Sololá. Su presencia tiene una fuerte conexión con el occidente de Guatemala, donde se ha desarrollado la vivencia k’iche’ durante los últimos siglos. Se dice que la marimba local empezó a cobrar relevancia precisamente allí en el siglo XVII, en el contexto de los procesos de mestizaje y colonización. Según investigadores musicales como Léster Homero Gozínez y Fernando Vásquez, la marimba ganó visibilidad en el territorio entre 1492 y 1680.
Según comenta el marimbista Lester Homero Godínez, en su libro La marimba guatemalteca, este instrumento surgió en Mesoamérica «como resultado de la fusión de elementos culturales de África, Europa y América«. De acuerdo con el investigador, los africanos propusieron la idea de agrupar tablillas en sucesión percutirlas, mientras que los europeos propusieron un sistema musical a 12 tonos. Por otro lado, los mesoamericanos sumaron la materialidad proveniente del árbol de hormigo.
Vista hacia el presente, la marimba es una tecnología que suma el conocimiento de lugares dislocados. Esta amalgama de saberes también podría evaluarse desde la idea de «contaminación» histórica, la cual es sostenida por el curador italiano Eugenio Viola, quien explica que al final, toda estética responde a la hibridación y la manera en la que se influencian las culturas.
Esta misma hibridación y transformación fue reivindicándose en cada una de las presentaciones del reciente Festival de Marimba Paiz. El segundo acto que se sumó en las jornadas fue la presentación de la marimba Kinich Ahau, grupo compuesto por cuatro músicos que musicalizaron a la par de una coreografía realizada por bailarines, entre globos y atuendos tradicionales. Para ese momento, la marimba que se escuchaba en la Gran Sala era otra. Se trataba de una con cajas de resonancia y teclado, la cual recibe el nombre de Tenor y suele ser interpretada por entre tres y cuatro personas.
Esta misma marimba ha sido la que ha alcanzado gran parte de la historia nacional, sin embargo, cabe mencionar que detrás de la evolución del instrumento han existido algunos nombres que le han dado rumbo al mismo. Hacia finales del siglo XIX, durante la época de independencia nacional, aparece Julián Paniagua Martínez, un artista crucial para pensar la historia de la música guatemalteca.
Teniendo la experiencia de compositor y director de banda, propuso a su colega y coterráneo, Sebastián Hurtado que construyeron la primera marimba de doble teclado. Con miras en otro futuro musical, ambos decidieron construir el nuevo instrumento en 1894. De esta forma nació la marimba cromática. Esta propuesta se distinguió porque permitía el uso de varios tonos secuenciales en sus dos teclados. Datos históricos refieren que el primer prototipo de la marimba se estrenó en 1899, con motivo del cumpleaños del entonces presidente, Manuel Estrada Cabrera.
Las huellas del siglo XX
Luego de la presentación de Kinich Ahau en la jornada del 25 de septiembre, llegó el momento de que los ocho ensambles de marimba dieran vida a la fiesta. Cada grupo aportó su singularidad, recordando el valor histórico de la unidad en torno a una misma pasión musical.
El conjunto Chapinlandia, con 70 años de trayectoria ininterrumpida, se destacó como la marimba más longeva de la noche. A su lado, estuvo presente Reina Iximché, fundada en 1956 por el maestro Carlos Cáceres Girón en Tecpán. Otra de las agrupaciones más antiguas, Herencia Chapina, establecida en 1962 en Coatepeque, Quetzaltenango, estuvo bajo la dirección de Gady Leticia Vásquez Chiyal, con un total de cinco intérpretes femeninas en su alineación. La Marimba de Concierto del Instituto Guatemalteco de Turismo (INGUAT) también formó parte del gran evento, siendo la cuarta agrupación más longeva -fundada en 1974-.
Otro conjunto que formo parte de la celebración fue la marimba Estrella de Guatemala, que subió al escenario con toda la experiencia acumulada desde su fundación en 1998. Apenas un año más joven, Murmullos de Alux, originaria de San Lucas Sacatepéquez, aportó su tradición y frescura a la velada. Entre las propuestas más jóvenes, destacaron la marimba Sentimiento Antigüeño, creada en 2010, y Gran Jaguar, fundada por el maestro Javier Martínez Penados a la temprana edad de 22 años.
Con pompa, celebración y mucha nostalgia, la fiesta que generaron estos ocho ensambles se desarrolló entre coreografías alusivas a distintas épocas del siglo XX y continuó por casi dos horas, fusionando el sonido de varios compositores de la historia nacional.
La velada comenzó con el emblemático Vals de Xelajú, la primera canción que resonó en el escenario, recordando lo que se cree fue la primera pieza en marimba interpretada en público a finales del siglo XIX. El vals marcó el inicio de un viaje musical que exploró las raíces del sonido guatemalteco.
Seguidamente, se hizo una incursión en diversas piezas del siglo XX, comenzando con La flor del café, compuesta por Germán Alcántara. El músico nació en 1863 y se destacó como integrante de la banda marcial de Guatemala y como Director del Conservatorio Nacional, razón por la cual su nombre también da identidad a esta prestigiosa institución.
Alcántara formó parte de una generación de compositores que definieron el sonido popular de los primeros años del siglo XX. Junto a él, se recuerdan otros grandes como Mariano Valverde, Domingo Betancourt y Jesús Castillo, cuyas contribuciones dejaron una huella imborrable en la música guatemalteca. De hecho, el pasado 25 de septiembre en el CCMAA, también se escuchó Fiesta de pájaros, una de las obras más emblemáticas de Castillo.
Este compositor fue un estudioso de la música de los pueblos mayas, habiendo tenido contacto con una comunidad de San Martín Sacatepéquez durante su reclusión en la zona durante 1897. Curiosamente, el mismo año en que Castillo se retiró a las montañas de San Martín, nació en Huehuetenango Wotzbelí Aguilar, quien más tarde se convertiría en el creador del género musical Guarimba.
Los momentos socio-políticos son parte integral de la música nacional, como se evidencia en la pieza Noche de luna en las ruinas, que, con su sonido melancólico, narra las secuelas del terremoto de 1902 en el país. Esta emotiva composición resonó en la Gran Sala durante el Festival de Marimba, seguida por la igualmente nostálgica El ferrocarril de Los Altos. Esta última nos conecta con otro episodio significativo de la historia local, evocando el sistema ferroviario que Justo Rufino Barrios mandó construir y que operó entre 1930 y 1933 en Quetzaltenango. El ferrocarril de Los Altos fue una pieza compuesta por Domingo Bethancourt, quien nació en 1906 y además fue fundador de la Marimba Ideal, la cual ha llegado a ser reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación.
Continuando con el relato de la historia local, la fiesta también nos llevó hasta la época del charleston en Guatemala. A través de los movimientos de un grupo de bailarinas y la efusión del sonido de las marimbas, nos transportamos hasta la década de 1930 cuando este género detonó en el país. Para darle carácter a la memoria de aquellos tiempos, los marimbistas interpretaron el tema La 12 calle.
Vínculos intergeneracionales desde la música
Una de las principales metas del evento del pasado 25 de septiembre no fue solo deleitar al público, sino también compartir una serie de conocimientos alrededor del instrumento nacional a las nuevas generaciones.
En uno de los intervalos de la celebración se realizó una dinámica en la que se dio a conocer al público de qué manera se interpretan distintos solos de marimba; entre ellos, el pícolo, el bajo, y el tenor. Durante cada una de las demostraciones, distintos integrantes de los conjuntos interpretaron los solos. Seguido a esta intervención la ruta histórica y sonora del festival nos llevó hasta la modernidad, época que después de la segunda mitad del siglo XX destapó un amplio consumo de géneros como el rock and roll, el swing o el bolero.
El escenario se iluminó aún más con la actuación de los cantantes, quienes interpretaron momentos sonoros significativos de nuestra historia nacional. Marian Corzo cautivó al público con Luna de miel en Río Dulce, mientras que Alejandro Vidal emocionó con su interpretación de Mi plegaria. La energía continuó con Fiorella Melini y Andy Barrios, quienes unieron sus voces en Milagroso Señor de Esquipulas. Para culminar esta sección, los cuatro artistas se unieron para ofrecer un encantador popurrí con La gallinita Josefina y Soy de Zacapa, dos piezas esenciales para comprender la música popular de las últimas décadas del siglo XX.
Uno de los instantes más significativos de la noche ocurrió justo después de los cuatro músicos, y consistió en la aparición de Joaquín Orellana, maestro y multiinstrumentista, quien fue homenajeado en la presente edición del Festival de Marimba Paiz. El nombre del autor de 93 años resonó entre aplausos y gritos de alegría, recordándonos la importancia de su legado. La obra del compositor ha estado vinculada estrechamente con la marimba, ya que es a partir del estudio y deconstrucción de la misma que ha desarrollado sus propios útiles sonoros.
Durante el Festival de Marimba Paiz, se llevó a cabo una exposición de sus útiles sonoros, en el vestíbulo de la Gran Sala, ofreció una ventana al proceso artístico y experimental del autor, consolidando aún más su influencia en la música contemporánea de Guatemala. Con su sonido, Orellana ha logrado llegar hasta países como Grecia, donde presentó su Sinfonía desde el Tercer Mundo; e incluso a Estados Unidos, donde sus útiles sonoros dieron vida a la exposición The Spine of Music, desarrollada por la organización America’s Society.
La velada continuó con la presentación de Fernando Vásquez, destacado marimbista que ha dejado huella en la Marimba de Bellas Artes, donde fue director entre 2015 y 2019 y miembro durante 12 años. Su interpretación de Lunch with Pancho Villa de David Friedman fue un deleite, mostrando su conexión íntima con el instrumento. A esta energía se unió posteriormente el conjunto femenino Herencia Chapina, cuyas interpretaciones brillaron en el tema Guatemala. Su presencia recordó la poderosa huella de las mujeres en la música tradicional y contemporánea.
El cruce generacional siguió con la participación de Jacobo Nitsch y Francisco Páez, integrantes de Malacates Trébol Shop. Desde su comienzo en 1996, la agrupación ha sabido integrar la marimba y otros sonidos autóctonos en su repertorio. Para el Festival de Marimba Paiz esto no fue excepción. Junto con los integrantes de la Marimba Chapinlandia, los músicos ofrecieron una interpretación cautivadora de Pa’ que te acuerdes de mí y Luna Llena; Jacobo, con su trompeta y Francisco, con su voz.
Ciertamente, el concierto tenía la finalidad de llevarnos a un recorrido por el pasado y acercarnos al futuro, desde el presente. Esto fue logrado con el tejido sonoro que se extendía cada vez más, y que por sobre todo, nos preparaba para un final poderoso: la llegada de Gaby Moreno. Bajo un aluvión de aplausos, la cantante salió al escenario lista para interpretar Luna de Xelajú, una de las canciones más importantes de la historia nacional y que despiertan sentimientos nacionalistas.
El paso del tiempo es una metáfora en la que todos nos vemos reflejados, especialmente al intentar explicar cómo nos resulta imposible poder captar todo lo que pasa frente a nuestros ojos -la vida- y que se diluye rápidamente. Esta idea se aplica también a lo ocurrido durante el pasado Festival de Marimba Paiz. En apenas dos horas, tuvimos la oportunidad de revivir la herencia de la marimba en un presente vibrante, y desde allí, comenzamos a vislumbrar cómo resonará en el futuro. Músicos e intérpretes emergentes, con su mediana trayectoria, tienen mucho que ofrecer al público guatemalteco y, sobre todo, a la historia misma.