Corporalidades y miradas en la obra de Mena Guerrero 

Mena Guerrero
Detalle de papel tapiz artesanal y cerámicas en ‘Habiter la Faille’, 2025. Fundación Fiminco. (Foto: Manuel Abella)

En su reciente exposición Habitar la Faille, la artista guatemalteca Mena Guerrero reunió papel tapiz, pinturas, incienso y cerámica para narrar la transformación del cuerpo y los recuerdos. Durante su residencia en La Fabrique -proyecto impulsado por la Fundación Fiminco de Francia-, presentó una instalación en la que volcanes, flores y mangos dialogaron como símbolos personales de su memoria.

Desde la ciudad industrial de Romainville, a las afueras de París, Francia, la artista guatemalteca Mena Guerrero reflexiona sobre su entorno con atención. Las paredes del antiguo complejo farmacéutico donde hoy se encuentra la Fundación Fiminco, que se ha transformado en centro cultural, atestiguan el proceso más reciente de la artista, en el que busca repensar su obra bajo un nuevo panorama.  

La Fundación Fiminco ha ganado reconocimiento internacional por su programa de residencias La Fabrique, que consiste en una iniciativa que reúne cada año a artistas de todo el mundo en un entorno de experimentación técnica y conceptual. Durante 12 meses, los residentes cuentan con talleres individuales y espacios compartidos donde se cruzan conocimientos, materiales y prácticas. 

Vista de exhibición ‘Habiter la Faille’, 2025. Fundación Fiminco. (Foto: Manuel Abella)

En este contexto, Guerrero formó parte de la exposición colectiva Habiter la Faille, la cual reunió a 12 artistas de su misma generación para explorar los modos en que habitamos los bordes del cuerpo, del lenguaje, del territorio, entre otros imaginarios. La participación del artista en este proyecto marcó un punto de inflexión en su práctica artística. 

“Tenía que replantearme todo”, dice la guatemalteca. “¿Qué sentido tenía seguir trabajando de la misma manera si todo mi contexto había cambiado?”, agrega. El paso de un entorno colonial y volcánico a una ciudad marcada por el acero, el concreto y las vanguardias históricas del arte moderno ha sido un cambio de escenario y también una sacudida conceptual para la artista. 

Nuevas miradas, mismos orígenes

Las temáticas que han guiado su obra, como la memoria, el cuerpo y el paisaje, siguen ahí. Lo que ha cambiado es la forma en que las mira: “Antes trabajaba desde Guatemala, viendo los volcanes, los mangos. Ahora, desde Francia, veo esos mismos elementos de otra manera. Me veo a mí misma desde otro lugar”, explica. Esta distancia no ha lastimado su vínculo con su origen, sino que lo ha profundizado. 

Su cuerpo, dice la artista, se ha convertido en un contenedor de memorias. Ya no se extiende hacia el paisaje como antes, ahora también lo transporta consigo. El volcán, una figura recurrente en su obra, se vuelve símbolo de esa corporalidad expandida: un cuerpo vivo, en constante tensión entre creación y destrucción. 

Mena habla con fascinación de las válvulas de los volcanes, de cómo conducen el magma con tal energía hacia afuera. Para ella, es una forma de entender tanto su proceso artístico como su identidad, la cual ha ido definiéndose a través de sus experiencias. La artista habla sobre la Tierra con origen volcánico y el volcán como principal habitante en nuestro hogar. 

Más allá del símbolo natural, Guerrero construye con el volcán una especie de mitología propia. Le interesa el mito, no como narrativa cerrada, sino como ejercicio poético. Contar un relato para expandir su experiencia y seguir explorando: “Me intrigan los misterios de la vida. De dónde venimos, a dónde vamos, qué significa todo esto. A veces los elementos que incluyo me resultan familiares, pero no sé de dónde vienen. Son anclajes. 

En La Fabrique, esta búsqueda decantó en flores. “La flor es el estadio previo al fruto, un momento delicado”, explica Mena. Después de años trabajando con el mango —un ícono de su infancia, lleno de nostalgia y la ilusión de las visitas de su abuelo—, la flor le permitió regresar a un estado de fragilidad y potencial. La floripondia, con su belleza intrigante, se convirtió en un ancla a su memoria y en un símbolo de dualidad, de delicadeza, peligro, nostalgia y transformación. A la par de este símbolo, Guerrero vuelve al mango una vez más. Se trata de una fruta también cargada de memoria para ella: “La conecto con mucha alegría. La época del mango era algo que esperaba con mucha ilusión. Cuando era pequeña mi abuelo siempre nos traía frutas cuando llegaba a visitarnos”. 

El arte como lenguaje compartido

Uno de los aprendizajes más significativos en la Fundación Fiminco para Guerrero ha sido el contacto con otras técnicas y lenguajes. Compartir talleres con artistas de distintas nacionalidades y trabajar en espacios comunes ha ampliado su percepción. “Es como tener un lenguaje con más palabras y más letras”, dice Guerrero. “Ahora siento que tengo mayor capacidad expresiva”, enfatiza.  

Explorar nuevas materialidades, del dibujo al objeto, del color a la instalación, le ha permitido a Guerrero experimentar con lo abstracto y lo figurativo. En su obra reciente, el color se ha vuelto protagonista nuevamente. A través de él también se comunica: “El color tiene muchas posibilidades de decir cosas”. 

Vista de exhibición ‘Habiter la Faille’, 2025. Fundación Fiminco. (Foto: Manuel Abella)

Estar en Francia le ha permitido compartir su visión con un público nuevo, y descubrir que elementos tan personales como el volcán o el mango pueden abrir conversaciones con otras culturas: “Estoy segura de que hay cosas que nos conectan. Aunque vivamos realidades distintas, siempre existen puntos de encuentro”.  

Para Guerrero, el arte no es una práctica cerrada, sino un sistema abierto. Espera poder compartir todo lo que ha aprendido en este nuevo contexto de regreso a Guatemala, y lo ve más allá de una transferencia lineal. Se trata realmente de un intercambio de conocimientos, afectos y memorias. 

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