domingo, noviembre 3, 2024

Las Minervas

Por Carlos Roberto Calderón del Cid

Premio Literario Monteforte Toledo Cuento 2024

“¿Qué onda, nené?, pensé que no ibas a contestar”, digo más emocionado de lo que me gustaría aceptar.

“Mmm… Puta, ¿qué horas son? …”, resopla impaciente mi hermano, “…, ¿por qué llamás tan temprano?”. Lo figuro en la que fue mi habitación, enroscado en las sábanas tibias, confundido por las penumbras propiciadas por una cortina blackout que tapa la luz de una mañana soleada de diciembre.

“Creo que son las diez en Guate…, aquí ya se hizo de noche”.

“Ya es tarde pues…, cargo una goma bien culera…, ayer fue el convivio de la empresa. Hubo guaro en puta”.

“Mano, ¿ya viste ‘El informe’ de hoy?”. La lectura de ‘El informe’ quizás es la única dinámica real que nos legó mi papá, la única que compartimos como hermanos. Siempre me gustó que nos lo leyera después del desayuno de los domingos. “Es el único periodismo realmente investigativo que se conduce en este país pisado”; decía mi papá con el tono solemne que casi nunca usaba con nosotros. Cuando me fui de Guatemala, me llamaba al WhatsApp, ponía el celular en altavoz, me preguntaba cómo estaba, y luego “¿Tenés ‘El informe’ en tu computador?”, y sin esperar mi respuesta se lanzaba a leerlo, divirtiéndome con los énfasis que imprimía a propósito en las partes que lo sorprendían o le gustaban. Al fondo, en sordina, escuchaba las expresiones de mi hermano, “A la mierda”, “Qué trabada le pegaron”, o su risa condescendiente.

“Nel vos…, me acabo de despertar”. Lo escucho removiendo sartenes y cubiertos, como si buscara piezas de la cafetera italiana entre la torre de platos limpios que siempre deja en el escurridero.

“Fíjate que ‘El informe’ de hoy es sobre Santi, el de la colonia”, y percibo de golpe que ejerzo el tono de mal agüero que usaban mis tías para transmitir que alguien estaba enfermo o había muerto.

“¿Ah? ¿Sin casaca?” “Simón”.

“A la verga…, ¿qué le pasó?, ¿lo mataron?”. Escuché el chasquido de un fósforo y la hornilla defectuosa de la estufa encendiéndose.

“Cabal…, esta semana”. “¿Ya lo leíste todo?”.

“Solo las primeras líneas”.

“¿Y cómo sabés que es él?”. Escucho el café ebullendo en la cafetera italiana que mi papá nunca nos dejaba usar y que mi hermano, en la repartición luctuosa de pertenencias, pidió heredar.

“Por el nombre y porque aparece una foto suya…, la de su perfil de Facebook”. “Bien lindo, me imagino…”, ríe con esa risa marchita que emplea para bromear sobre las cosas que le afectan, “… nunca pensé que leería un informe sobre alguien conocido”. Recordé que mi papá temía que algún día elaboraran un informe sobre alguno de mis primos. “Esos mis sobrinos andan bien perdidos en la vida”, exclamaba por no decir que eran delincuentes. Ya habían agarrado a dos, a uno por estafa, le vendió a una decena de personas, entre ellas nuestra abuela, lavadoras taiwanesas que nunca llegaron a la portuaria, y al otro, por lavado de dinero, la policía lo aprehendió en el aeropuerto tratando de salir del país con una maleta que escondía 50 mil dólares en un doble forro. Ninguno de los dos crímenes, por inocuos y evidentes, ameritó una investigación de ‘El informe’, el cual sigue la narrativa pericial de los pocos delitos, casi todos sangrientos, que la policía y el Ministerio Público consiguen cerrar. “No sé si ‘El informe’ es impreso para personas morbosas como yo o porque quieren difundir la sensación de que sí se puede lograr justicia en este país”, dijo mi padre al terminar de leer la edición del último domingo en que escuché su voz.

“Ya abrí el computador y tengo mi café… ¿lo leemos juntos?”, pregunta mi hermano, encontrándome a medio camino de una nostalgia que sentida a solas me ensombrece los domingos.

“Dale…, yo leo si te parece bien”. “Vivo”.

Comienzo a leer, «El cuerpo sin vida de Santiago Pérez Sajbochol, joven mixqueño de 25 años, fue localizado la madrugada del lunes en el campo de fútbol de la colonia Lo de Fuentes, zona 11 de Mixco. Un pastor de cabras se deparó con el cadáver cuando se dirigía al mercado de las Minervas y rápidamente alertó a los vecinos, quienes a su vez llamaron a la Policía Nacional Civil (PNC)…»

“Puta…, creo que lo encontró Canchinflín”, me interrumpe mi hermano.

“¿Sin casaca? …, ya me había olvidado de Canchinflín…, ¿por qué era que le decían así?”.

“A lo lejos recuerdo dos versiones. La primera era porque los chiflidos que usaba para llamar a las cabras sonaban como canchinflines. Y la otra era porque… para diciembre los chavitos de Planes lo atacaban a él y a sus cabras con canchinflines”, mi hermano ríe y sé que quizás él también emboscó a Canchinflín cuando era niño. Recuerdo que mis amigos de la colonia me incitaban a atacarlo cuando comprábamos las primeras cajas de canchinflines a principios de diciembre, pero yo nunca me atreví. Canchinflín me daba miedo por su cara torva y porque entablaba conversaciones intermitentes con sus cabras mientras las arreaba. Además, quizás para ponerle más emoción a la emboscada, se decía que Canchinflín ya había fustigado a un par de patojos con su látigo.

“Dale, sigamos”, pide mi hermano.

“¿Por dónde iba? …, ah ya…, «El occiso cargaba consigo documentos de identificación y varios vecinos corroboraron su identidad. El Ministerio Público (MP) se hizo presente y contornaron un perímetro que casi coincidió con el círculo central del campo. Los peritos del MP se sorprendieron en primera instancia por la deformación del cadáver, sin embargo, un vecino, quien no quiso identificarse, declaró que Santiago poseía una serie de malformaciones congénitas, las cuales describió con pormenor: mandíbula prominente y ladeada hacia la derecha, un tronco demasiado grande para sus piernas cortas y el dedo anular y medio fundidos en un solo dedo enorme en ambas manos…»”.

“¿Quién habrá sido el vecino?”, me interrumpe otra vez, en una dinámica más nuestra, porque a mi papá nunca lo interrumpíamos.

“Parece que lo conocía bien”.

“Cabal. Tal vez fue alguien de la iglesia o algún familiar”.

“Nel, no era familia, acordate que aquel era huérfano”, le digo un poco orgulloso por saber algo del barrio que él desconocía. Nunca supe nada de los padres de Santi y a lo lejos recuerdo que fue criado por un hombre llamado Felipe cuya relación de parentesco era incierta. Cuando Santi cumplió 15 años, Felipe, gravemente enfermo del hígado, imploró a micrófono abierto, en la iglesia San Juan de la Cruz, durante las peticiones de la misa de Nochebuena, “Por favor cuiden a Santiago…, yo estoy muy enfermo”. Felipe murió antes del miércoles de ceniza y Santiago fue acogido en el seminario de los frailes franciscanos ubicado frente a la colonia Valle de Minerva. Creo que la parroquia entera asumía que Santi se volvería seminarista. Es decir, esperaban que Santi consagrara su vida a la iglesia, quizás como retribución por haber sido amparado por la comunidad católica de las Minervas.

Continúo, «Alrededor de las 8 am, el cadáver fue trasladado a la morgue del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) para determinar la causa de muerte. Antes que los elementos de la PNC y el MP abandonaran el área procedieron a interrogar a los vecinos, quienes comenzaron a dispersarse sin animarse a dar declaraciones. A pesar de ello, una anciana, quien tampoco se identificó, atendió a los agentes desde la puerta de su casa y accedió a que tomáramos nota de sus declaraciones…», pierdo el hilo, siento que mi voz cambia, “… Qué raro…, ¿por qué nadie quiere identificarse?”.

“Mano, es para que no haya retaliaciones…, los que mataron a Santi saben que las personas no van a cooperar con la policía. Puro miedo…, las matarían por menos”.

“Sí, ¿va? …, no lo había pensado así”.

“Tanto tiempo en Europa te hizo olvidar las leyes del tercer mundo”.

 

Río, pero hay algo que me incomoda. Mi decisión de vivir fuera de Guatemala es una carta que mi hermano siempre usa, a veces para burlarse como ahora, otras para recriminar mi ausencia. Continúo leyendo ‘El informe’, «Agente MP: Señora, ¿Usted conocía a la víctima, el señor Santiago Pérez?

Testigo: Sí lo conocía, que en paz descanse. Iba a la iglesia San Juan de la Cruz, tocaba en el coro…, pero hace un tiempo dejó de ir y comenzó a portarse raro. Agente MP: ¿Raro cómo, señora?

Testigo: Empezó a hacerse cosas en el pelo, pintándoselo de canche y hasta creo que se hizo base para acolochárselo… y también comenzó a andar con malas juntas.»

“Es cierto…”, interrumpe, “… yo lo vi con el pelo así, pensé que era una peluca. Creo que quería parecerse a David Bisbal”. Reímos juntos y recuerdo que a Santi le gustaban las canciones románticas del cantante español. Mientras las cantaba, acompañado por su guitarra, hacía muecas en las cuales yo supongo que quería imprimir emoción, pero debido a su malformación en la mandíbula parecía más que estaba con dolor o estreñimiento.

“Voy a seguir…, «Agente MP: ¿Cuáles malas juntas?

La testigo optó por callar. Ve hacia ambos lados de la calle. El agente procedió a hacerle otras preguntas.

Agente MP: Señora, ¿escuchó algo inusual alrededor de la medianoche? Testigo: Sí, escuché a alguien cantando mal, desafinado, creo que una canción de Arjona, después bulla de personas gritando, carcajeándose, y al rato el ruido de gente corriendo.»”

“Puta, no sé por qué siento que la testigo fue Doña Gloria”. “¿Por qué decís?”

“Primero porque ella va a la iglesia y segundo porque vive en frente del campo de fut de Lo de Fuentes”.

“Doña Gloria…, la viuda”, digo intentando recordar su rostro, pero solo rememoro la misa de domingo cuando sorprendí a mi papá mirándole el culo mientras ella hacía la fila para comulgar.

“Cabal…, los viejos de la cantina del Toño cuentan que la señora estaba bien buena y que su verdadero nombre no es Gloria”.

“¿Ah? …, ¿cómo así?”.

“Me dijeron que su verdadero nombre es Marina o…, Mariana, ya no me acuerdo bien”.

“¿Sin casaca? ¿Y por qué le dicen Gloria?”.

“Tan desesperado que sos…”, mi hermano ríe, disfrutando el suspenso, “…, fíjate que los rucos de la cantina cuentan que la señora tenía un su pretendiente, un mecánico de Tierra Nueva, que le daba serenata todos los fines de semana y siempre les pedía a los mariachis, como última canción, ‘Secreto de Amor’ de Joan Sebastian”.

“Aja…”.

“¿Qué pasó Charly? ¿No te la sabés?”.

“Ahuevos que me suena, pero no entiendo qué tiene que ver”, trato de hacer memoria, pero solo me viene la imagen de Joan Sebastian, con sombrero, montando un caballo blanco y cantando en jaripeos del norte de México. “Bueno, de todos modos, no te la sabés, si no hubieras entendido…”, lo imagino sonriéndole al celular, “…, la onda es que, en la canción, el cantante o el que la dedica, le dice a la mujer que le va a cambiar el nombre, que se lo tiene bien merecido…”, sostiene el aliento y canta volviendo más grave y lastimera su voz…, “Te llames como te llames para mí tú eres la Gloria”.

Río y me divierto con el ingenio de la gente, “¿Sin paja, vos?”.

“Para qué te voy a mentir…, la mara empezó a decirle Gloria, por chingadera al principio, pero como a ella parecía no incomodarle y hasta le gustaba, se le fue quedando como nombre oficial”.

“Qué loco, pero calidad…, ¿y qué le pasó al mecánico de Tierra Nueva?”. “Saber vos, pero creo que Doña Gloria no le hizo caso…, siempre la vi sola”.

“Sí pues…”, digo medio extraviado en la maraña de biografías del barrio donde crecí y al cual no he vuelto desde que mi papá falleció, “…, voy a seguir, … «Los agentes se retiraron de la colonia Lo de Fuentes y partieron hacia la morgue del INACIF. En este recinto, el vocero del instituto, el forense Roger Ramírez, dio sus declaraciones a los medios de comunicación.

Forense: La causa de la muerte del joven Santiago Pérez Sajbochol fue un corte profundo en el cuello, el cual lo desangró en pocos minutos.

Periodista 1: El cuerpo también tenía otras heridas y golpes, ¿no es así? Forense: Así es, el cadáver exhibe politraumatismo, varias costillas fracturas y un pulmón colapsado.

Periodista 2: Entonces, ¿hay indicios que la víctima fue torturada?

Forense: Tortura no es el término exacto, pues los traumas son simultáneos. Yo diría más bien que la víctima fue atacada, presumiblemente por varios individuos. Periodista 1: ¿La víctima pudo haber muerto del pulmón colapsado?

Forense: Sí es posible, de no recibir auxilio médico habría fallecido en dos o tres horas.

Periodista 1: ¿Cree usted que le degollamiento fue un acto de piedad? Forense: Eso no lo puedo establecer a partir del cadáver. Pero puede que sí. Periodista 3: ¿El supuesto ataque que le causó el politraumatismo pudo deberse al llamado “bautismo” o ritual de iniciación de los mareros?

Forense: El cadáver tampoco revela esa información…, pero sí, es una hipótesis que maneja la policía» …”, respiro y chasqueo la lengua, “…, parece que los periodistas en vez de recolectar información van sugiriendo una historia, ¿va?”. “Ay mano, pero parece evidente, ¿no?”, dice suspicaz.

“Creo que no, vos…, es decir, ¿vos supiste algo de que Santi andaba con mareros?”.

“No mano, pero hacía ratos que no sabía nada de él…, como dos años tal vez”. “Eso es lo que te digo. Me parece raro que se hiciera marero a esta altura de su vida”.

“Bueno sí…, la mayoría entran bien chavos, pero tampoco creo que haya un límite de edad”.

“Saber mano…, voy a seguir leyendo…, «Antes del mediodía uno de nuestros informantes nos pasó el número de Henry Cortés, ministro de la iglesia católica de las Minervas y quien, durante una temporada, fue tutor de Santiago Pérez.»…, “¿ah? …, Don Henry nunca fue tutor del Santi”, digo un poco indignado. “Cabal, nunca supe, además, el viejo lo chingaba demasiado…, me recuerdo que cuando se lo encontraba en la cuadra, chamusqueando con nosotros o tocando su guitarra, le decía El Jorobado de las Minervas”, dice mi hermano un poco amargo.

“El pobre de Santi siempre le sonreía…, sin entender que le estaba tomando el pelo…, hasta que le pasé El Jorobado de Notre Dame en DVD pirata…”, digo divertido, recordando a mi padre en el mercado de Minerva comprando frutas y verduras y dejándonos que escogiéramos dos películas chafas, donde a veces aparecía la silueta de las personas en el cine, “…, creo que vio el DVD en el seminario de los franciscanos y después de verla Santi ya no se reía…, se quedaba serio, dejando pasar a Don Henry…, viejo pisado”.

“Pero vos también lo chingabas, dejate de pajas…”, ríe mi hermano, “acordate de la vez que le dijiste Cuasimodo en el campo de Villas y te agarró de la camisa y te dijo ‘Decime otra vez así, a la cara, a ver sí sos tan macho”.

“Sí vos, pensé que se iba a reír, pero lo tomó bien mal…, nunca lo vi tan emputado como aquel día…”, digo algo abochornado, evocando las porterías desproporcionadas respecto al tamaño del campo, el perímetro que terminaba peligrosamente en la calle o en una tribuna filosa de concreto, “…, cuando terminamos de chamusquear se disculpó y me dijo que no quería parecerse a Cuasimodo, que no quería acabar de la misma forma”.

“¿Y cómo muere Cuasimodo, pues?”. “En la película de Disney no se muere”. “¿Y entonces a qué se refería Santi?”.

“Tal vez a que no quería acabar siendo solamente amigo de la mujer que ama”. “Ah…, no seas mamón, pues”, mi hermano ríe, con sorna.

“No se me ocurre otra cosa…”, digo riendo también, “…, puta, ya es tarde…, voy a seguir leyendo…, «Periodista: ¿Cómo la cuasiparroquia de San Juan de la Cruz recibió la noticia del asesinato de Santiago?

Don Henry: Pues con mucho dolor, aunque ya los esperábamos. El padre Edgar ofreció una misa para pedir perdón por el alma de Santiago.

Periodista: ¿Por qué lo esperaban?

Don Henry: Pues se apartó de los caminos del Señor. Periodista: ¿Cómo así?

Don Henry: Pues abandonó su posición en el coro. Ya no vino a misa. Robó la guitarra del seminario. Y se le vio con pandilleros de Tierra Nueva y Lo de Fuentes, jóvenes que le entregaron su vida al diablo, al crimen y a las drogas.

Periodista: ¿Cree que ellos lo mataron?

Don Henry: Sin lugar a dudas. Pero creo que no fue venganza ni asalto. Fue sin intención; de matarlo, al menos.

Periodista: ¿A qué se refiere?

Don Henry: Creo que Santiago no resistió al ritual de iniciación para entrar a la clica. ¿Sabe usted? …, la vergueada durante 13 u 11 segundos que es el bautismo de esos enfermos.»”

“Puta…, sí se peló el Don Henry…, casi que excomulgó al pobre de Santi”, dice mi hermano resentido.

“Sí vos…, viejo pisado…, pero ¿será que sí lo vio andando con mareros? …, lo que sí no le creo es que haya robado la guitarra”. Evoco a Santi pergeñando la guitarra hábilmente pese a la malformación de sus dedos. Cuando tocaba, debido a la velocidad de sus dedos, era difícil identificar el dedo gigante. Antes de la misa, en las inmediaciones de la iglesia, ejecutaba baladas y boleros, con una pasión que no podía quedar allí, en las alabanzas y salmos, una pasión que necesariamente se proyectaba hacia afuera del amor celestial.

“Cabal, la guitarra hacía ratos que los frailes se la habían dado…, siempre andaba con ella, dando serenatas secretas…”, mi hermano ríe y percibo que hacía tiempo que no lo escuchaba reír tanto, “…, me decía con esa su mirada pícara medio rara, ‘Hoy le voy a tocar una canción de Sin Bandera a la Marissa’, y se ponía a esperarla en la panadería de Don John y cuando pasaba la Mari a comprar el pan, el Santi, sin decirle que era para ella, tocaba la canción con su voz aflautada y yo creo que la chava ni en cuenta”.

Reímos juntos, pero yo siento un vago remordimiento y al fondo, en la penumbra de la memoria, alcanzo a visualizar al Santi entrecerrando los ojos y abandonándose a la música de La Oreja de Van Gogh o Chayanne, tocando para Mari o para Blanca en su voz aguda y desafinada, convencidísimo de que algún día ellas llegarían a entender su mensaje de amor y seducción.

“Ya casi terminamos ‘El informe’…”, digo un poco apesadumbrado, “… «A partir de las evidencias recolectadas por el MP y la PNC:

  1. En la arena del campo de fútbol los peritos identificaron pisadas y padrones alrededor del cadáver que aluden a un ataque multitudinario.
  2. Los vecinos de Lo de Fuentes describieron un ambiente conmemorativo antes del homicidio.
  3. El cadáver exhibió politraumatismo y órganos colapsados, producto del referido ataque multitudinario.
  4. Los allegados a él, feligreses de la Iglesia San Juan de la Cruz, aseveraron que sus últimos días los pasó rodeados de presuntos pandilleros.

Todo ello llevó a que los fiscales concluyeran que el mixqueño Santiago Pérez Sajbochol fue asesinado durante la iniciación o ‘bautismo’ a una de las pandillas juveniles que azotan a los municipios aledaños y barrios periféricos de la ciudad capital de Guatemala.» …, puta…, qué investigación más culera”.

“Cabal vos…, ni cerraron el expediente…, apenas se limitaron a determinar el motivo de su asesinato…, como si por ser un bautismo no hubiera que buscar a los asesinos…”, resopla indignado, “…, y hasta siento que bien pudo ser otra situación”.

“¿A qué te referís?”.

“Me refiero a que eran posibles otras hipótesis…, que no necesariamente tuvo que haber muerto siendo bautizado”.

Asiento con la cabeza y le pido que continúe.

“Doña Gloria, la vecina de Lo de Fuentes, dijo que escuchó a alguien desafinado,

¿va?”, su voz se exalta buscando un sentido. “Es verdad…”, digo queriendo seguir su lógica.

“Tal vez fue Santi el que cantó…, tal vez Santi llevó una serenata…”, dice mi hermano conmovido y yo visualizo a Santi entrando a la colonia Lo de Fuentes, oloroso a perfume barato, con la guitarra de los franciscanos sobre el hombro, buscando una dirección precisa, una banqueta que había sido el lecho de borrachos y perros callejeros y que él inauguró para los gestos románticos cuando pergeñó la guitarra, “…, una serenata a alguna mujer…, a alguna chavita que conoció en el mercado de las Minervas o hasta en la iglesia…”, continúa, exasperándose. Santi casi a medianoche, cantando una canción de Ricardo Arjona, quizás ‘Asignatura pendiente’ o ‘Dame’, con una melodía propia, unos versos que hizo suyos y que aludían al amor reverberante en uno de los barrios más peligrosos de Mixco, “…, y tal vez la chavita…, sin saberlo ni Santi ni ella, ya estaba prometida o vigilada por un marero o inclusive era hermana o prima de uno…”, continúa mi hermano cada vez más rápido. El canto de Santi invocó a la clica que se había reunido en las inmediaciones. Se burlaron de él y lo despojaron de su guitarra, llevándolo a empujones hasta el centro del campo de fútbol. Quiso imponerse con la rabia que le conocí cuando le dije Cuasimodo, pero eran demasiados, lo tenían rodeado. Les costó derrumbarlo, pero cuando lo hicieron arremetieron en patadas y escupitajos feroces. Santi no salió de su perplejidad lo que duró la paliza. Vino a cortejar y encontró violencia y dolor. Lo último que pudo haber escuchado fueron insultos intercalados por carcajadas ominosas y un zumbido que ya se había impuesto antes de que alguien volviera a usar su cuchillo sobre un cuerpo humano, “…, y los hijos de trescientas mil putas lo mataron solo por eso, porque le cantaba una canción de amor a una mujer”, y el aliento de mi hermano se apaga en la llamada de WhatsApp.

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