La configuración de una colección de arte ofrece para algunas personas la oportunidad de aprender, si es eso lo que necesitan y quieren. Una colección es un libro abierto para acercarse al imaginario de una sociedad y leer su sistema de valores y su visión de la realidad. Para otros, una colección de arte brinda la ocasión de experimentar un deleite visual, una especie de “banquete” óptico y vital que infunde fuerzas y energías. En este caso, una colección de arte es algo parecido a una transfusión de plasma nuevo en la correntada sanguínea del ávido espectador. Recorrer la exposición de obras de arte que una institución ha reunido a lo largo del tiempo puede suponer una lección antropológica o una incitación vital, pero también puede convertirse en un momento para volver a ver a los amigos, recordar anécdotas y rememorar episodios.

Algo así me ha pasado al volver a encontrarme con la colección de arte de la Fundación Paiz. A través del reencuentro con las obras ganadoras de las Bienales en las últimas tres décadas, he vuelto a conversar con los amigos –artistas que hablan a través de sus obras- y he repasado buena parte de nuestra historia visual. Ha sido como retomar, con la perspectiva que dan los años, una conversación largamente interrumpida. Ha sido como volver a ver a los compañeros del colegio con los rostros que todos teníamos recién graduados. Identificación, rememoración y autorreconocimiento. Estos son algunos de los efectos de las obras de arte operan en nuestras vidas. Son ventanas que se convierten en espejos.

La colección de arte de la Fundación Paiz da cuenta del acontecer artístico guatemalteco del último tercio del siglo XX y, por ello, para quienes hemos vivido ese tiempo, estas obras son un reencuentro con los creadores amigos y también un mirar hacia dentro de nosotros mismos para averiguar por dónde hemos ido y cómo hemos cambiado.

Incluye piezas que explican los últimos movimientos en las artes, la incardinación de nuestros artistas en ellos, sus propias interpretaciones, sus visiones, sus luchas, sus lenguajes, los sismos y vaivenes políticos, la aparición de manifestación desgajadas del main stream -la pintura popular y su consolidación como una vertiente de gran peso-, las inspiraciones de índole urbana, la aparición en escena de la fotografía, la continuidad discreta del grabado, las instalaciones, los objetos, en fin… Esta colección recoge buena parte de lo bueno que ha abarcado el quehacer artístico en las últimas décadas y da testimonio del talente de nuestros artistas.

Aquí podemos comprobar cómo el arte contemporáneo en general ha sido una creación en principio descontrolada y a veces caprichosamente desvinculada con el “esperado” devenir de las cosas. Ha sido una producción rara, lateral y que, la mayoría de las veces, ha corrido contramano de lo que se ha esperado de ella. Esta especie de bendición -incontrolada e inesperada- es la maravilla de la creación, eso que hace que el arte sea indefinible y que lo veamos como tal porque es producto de una mágica conjugación de elementos que cuando acontece, acontece y ya. Esta colección está llena de estos felices acontecimientos.