
Tras dos meses en las Galerías Municipales de Arte, la muestra ‘Lo efímero no cuenta’ se ha presentado como una invocación al nombre y las imágenes de Isabel Ruiz. La artista guatemalteca articuló en su obra un diálogo entre la historia del país, la violencia y la esperanza, invitándonos a ver en la catarsis una forma posible de repensar el dolor.
En 2018, un año después de haber recibido el Premio Carlos Mérida —galardón entregado por el gobierno guatemalteco a un artista plástico nacional destacado por su trayectoria—, Isabel Ruiz inauguró su última exposición en vida. Titulada Isabel Ruiz: Premio Carlos Mérida 2017 y organizada por la galería The 9.99 en Ciudad de Guatemala, la muestra reunió varias de las series más recordadas de la artista, entre ellas Río Negro (1996) e Inframundo (2008). En ambas, mediante la instalación y la pintura, Ruiz invocaba la memoria histórica del país a través de una purga de fantasmas y geometrías en claroscuros que persiguió desde los primeros días de su carrera.
Llegado el momento de la exposición y a sus 73 años, Ruiz habría dicho sobre su obra, luego de tres décadas de carrera: “Cada uno de los trabajos responde a algo que he vivido, especialmente a los sucesos de desgracia y dolor de mi época, por lo que cada pieza es un refugio, es un espacio de catarsis”.
La cita la recuerda Francisco Morales Santos, poeta y compañero en vida de Isabel, al cumplirse cinco años del fallecimiento de la artista y seis de su última exposición individual. Este 2025, el nombre de la creadora ha vuelto a los espacios de exhibición artística nacionales en una muestra donde se han reunido piezas que elaboró entre 1984 y 2017. Gestionada por el equipo curatorial del Centro Cultural MuniGuate, y titulada Lo efímero no cuenta, la propuesta expositiva ha tomado ese nombre de un poema escrito por Morales Santos, dedicado a su pareja. “Como todo artista serio, Isabel se preguntó más de alguna vez si valía la pena lo que hacía, y de allí mi respuesta: «No confieras a tu arte / la cortedad del día, / pues solamente lo banal / caduca»”, explica refiriéndose a su poema.

A lo largo de dos meses —de junio a agosto— Lo efímero no cuenta ha desplegado una suma de los distintos formatos en los que Isabel Ruiz volcó sus ideas, abarcando desde sus primeros grabados hasta las instalaciones, pinturas, textiles, intervenciones públicas y performances que trabajó en sus últimos años. Cabe mencionar que cuatro de los grabados dentro de la actual exhibición forman parte de la Colección de Arte Paiz (Personaje, de 1982; Metamorfosis e Imagen ocupada III, de 1984; y Memoria de memorias, de 1988).
El proyecto expositivo se ha diferenciado por un carácter monumental que abarca la totalidad de las Galerías Municipales de Arte. De esta forma, se reunieron 42 obras, de las cuales 30 son autoría de Isabel Ruiz, abarcando cinco de sus series.
Otro aspecto relevante en la muestra ha sido la iluminación tenue en algunos de los salones del centro cultural. Proponiendo un carácter lúgubre, esta decisión reivindica los miedos y las sombras de la violencia histórica en Guatemala, que operaron como focos centrales en el trabajo de Ruiz.
“Hacerlo oscuro tenía un ánimo de asociarlo a lo que pasa en los altares. La idea era traducir esa intensidad que era Isabel y esos contrastes tan fuertes en su personalidad. Podías estar cagándote de la risa con ella y luego estar discutiendo de algo súper serio”, comparte Gabriel Rodríguez Pellecer, curador de la exposición.

Rodríguez Pellecer sostiene que Isabel, a través de su trabajo —y particularmente de una instalación como Historia sitiada, donde un grupo de sillas quemadas sobre una alfombra de carbón metaforizan el exterminio colonial y militar en el país— nos propone sentarnos a hablar incluso “encima de un montón de muertes”. Discutir sobre la guerra en el país y permanecer frontal frente al silencio por lo ocurrido caracterizaban a Ruiz y su trabajo. De acuerdo con Rodríguez Pellecer, 2025 es un momento importante para seguir hablando de estos temas, gracias a la apertura narrativa que existe.
En una entrevista documentada por el Centro Cultural de España y moderada por la investigadora Anabella Acevedo, Isabel Ruiz habría confesado: «(…) con el tiempo me he ido convenciendo cada vez más de que el arte ha sido lo que le ha dado libertad a mi vida. Te decía que no me alimenté de sueños, me he alimentado de la violencia que ha estado a mi alrededor. A veces he creído que son mis ‘fantasmas’. Lo que a otros puede parecerles una gran ficción, aquí es una gran tragedia. Hemos tenido que aprender a sobrevivir a todo eso, a sacarle partido».
La potencia de la oscuridad fue descubierta por la creadora al inicio de su carrera a través del grabado, siendo los jicareros del área de Rabinal sus primeros maestros. En la misma entrevista con Acevedo, Ruiz compartió que para ella fue impresionante conocer cómo los artesanos podían sacar luz de las jícaras embadurnadas de tinta negra con una cuchilla corriente. A partir de ese encuentro, entendió que el mundo era la luz que venía de la oscuridad.
Sus conocimientos y técnicas surgieron de un encuentro con la formación académica en la Universidad Popular, donde aprendió a dibujar, moldear en barro, esculpir y fundir en bronce. Luego de esa época, tuvo la oportunidad de visitar museos y espacios artísticos estadounidenses gracias a una beca que le concedió —al igual que a otros tres estudiantes y dos maestros— la embajada norteamericana. En 1977 recibió un aporte de la Organización de los Estados Americanos para estudiar xilografía en la Universidad de Costa Rica.

¿Por qué Isabel Ruiz en este momento? Su más reciente exposición adquiere un sentido pedagógico al presentarse en el Centro Cultural MuniGuate, un espacio público dedicado a la formación artística. En este contexto, visibilizar la obra de una artista que también fue docente y comprometida con el conocimiento para las nuevas generaciones resulta importante.
Francisco Morales Santos comparte que la comunicación y la pedagogía eran cosas innatas en su esposa: «Era la única mujer entre cuatro hermanos. Trabajó desde muy joven y el trato con las demás personas le dio capacidad de liderazgo», comparte, recordando el alcance que tuvieron sus procesos de formación, mismos que logró transmitir a niños y jóvenes, quienes fueron sus estudiantes.
Uno de los espacios donde puso en práctica la docencia fue la Fundación Contexto, donde Isabel fue invitada a realizar procesos de educación en una aldea de Santa Catarina Pinula.
Para ella, la formación artística no consistía en crear obras impecables, sino en cultivar personas capaces de pensar, sentir y actuar con autonomía y creatividad. En la entrevista con Anabella Acevedo, la artista habría dicho sobre su involucramiento con los estudiantes de Contexto:
“SOLO QUIERO HACER HOMBRES Y MUJERES CREATIVOS ANTE LA VIDA, GENTE QUE PUEDA TOMAR DECISIONES Y LLEGAR A SOLUCIONES CREATIVAS (…) QUE BUSQUEN DENTRO DE SÍ PARA QUÉ SON BUENOS, QUE TENGAN CONFIANZA EN SÍ MISMOS, QUE PIERDAN EL MIEDO A EXPRESARSE Y PROPONER COSAS NUEVAS (…) EQUIVOCARSE NO ES FRACASAR, ES ENCAUZARSE HACIA LO NUEVO, QUE ESTÁ AHÍ, A LA PAR DE LO QUE PUDIERA SER UN ERROR”.
Jorge De León, artista que también impartió clases en Contexto, ha dicho que la forma de enseñar de Isabel podía ser maternal —pero no en exceso—, estricta y humilde: «Creo que hubo muchos artistas a los que influyó. De alguna manera fue nuestra maestra, sin saberlo. Era muy generosa. Compartía su conocimiento. No solo la parte técnica, también la intelectual. Y nunca te minimizaba», dijo el artista a Rodríguez Pellecer en una entrevista a propósito de Lo efímero no cuenta.
La complicidad y el involucramiento con el mundo, a través de las personas, llevó a Isabel Ruiz a compartir en otros espacios como el grupo de artistas Imaginaria. Este colectivo fue un espacio artístico que puso la mirada frente a las narrativas del país a través de obras que dialogaban, desde distintos formatos, sobre la vida en Guatemala en la década de los ochenta. El proyecto fue iniciado por el pintor Moisés Barrios y el fotógrafo Luis González Palma.
Según recuerda la curadora y crítica Rosina Cazali en la publicación oficial de la muestra actual, Isabel fue la tercera artista en sumarse a Imaginaria, luego de escuchar sobre el proyecto a través de Barrios y González Palma: “Dijo sí como quien se tira de un acantilado de los ojos vendados (…) Pertenecer a aquel colectivo le ofreció la oportunidad de empujar su trabajo hacia otras fronteras, además de explorar su vocación de gestora y maestra”.
Dentro de uno de los salones de las Galerías Municipales de Arte se propone esta confabulación artística de Ruiz, al mostrarse una de sus piezas junto a algunas de los también conocidos como “imaginarios”: Moisés Barrios, Erwin Guillermo, César Barrios, Daniel Chauche y Pablo Sweezey. Algunas de las obras exhibidas en esta sala también forman parte del acervo de Fundación Paiz.

Otro vínculo intergeneracional dentro de Lo efímero no cuenta enlaza la obra de Isabel Ruiz con la mirada de Katheryn Patá, artista multidisciplinaria nacida en 1997. Su participación, impulsada desde la curaduría, busca abrir un diálogo entre nuevas generaciones de artistas guatemaltecos y figuras de reconocida trayectoria.
La pieza, titulada Caer Muerta, consiste en una instalación que reúne una pantalla donde se proyecta una animación en la que podemos ver una reflexión sobre el costo que tiene morir y ser enterrado en la ciudad de Guatemala.
«Caí en cuenta de la frase ‘No tenemos ni donde caer muertos’, que mucha gente dice. Creo que la animación nos da la posibilidad de hablar de temas crudos y, tal vez, con un poco de sarcasmo. La animación es una forma sugestiva de tocar esos temas sin llegar a ser algo insensible», comparte Patá.
La artista explica que la forma de exhibir su pieza audiovisual —a través de una pantalla que se despliega al ras del suelo y en medio de una pequeña cama de tierra— responde a un interés inmersivo que pudiera atraer a las personas a transitar el espacio donde se encuentra. «Es como activar la sensación de caminar sobre la tierra. Aparte, el sonido está inundando el espacio», destaca.

Patá conoció el trabajo de Isabel Ruiz hace años y recuerda haberse sorprendido al encontrar a una mujer guatemalteca que planteara imágenes que exploraran la visceralidad y la violencia: «Me inspiró que tocara temas y una estética más oscura», señala.
Más allá de los matices tenues que oscilan por Lo efímero no cuenta, y el carácter espectral que ha propuesto —donde fantasmas, suelos y cuerpos hablan—, la exposición ha reivindicado la esperanza. La oscuridad con la que Ruiz leía las llagas históricas del país es solo un vehículo crítico para capturar la atención de las audiencias.
En 2017, luego de haber ganado el Premio Carlos Mérida y con ciertos deterioros en su salud, la artista habría dicho en una entrevista a Prensa Libre: “Es inevitable que a todo creador consciente le impacte la realidad. Me tocó vivir una etapa dura en la que muchas aldeas fueron arrasadas, y eso de forma espontánea se trasladó a mi obra, no como una narración de los hechos, sino como una metáfora visual”.