lunes, febrero 10, 2025

Zipacná de León: La fuerza detrás de la Bienal de Arte Paiz

También promotor de generaciones de artistas y proyectos de formación con alcance nacional, Zipacná de León es un detonante contemporáneo de la historia cultural en Guatemala.  

En la narrativa del Popol Wuj, Zipacná es un personaje demoledor, rodeado por una violencia fulminante y distinguido por un carácter ambicioso que le llevó a construir montañas y modificar la geografía a su gusto. El personaje guarda, sobre todo, una potencia transformadora que a la vez insiste en conceptos que abrazan la ruptura y el cambio.  

Zipacná también fue el nombre con el que el escultor Adalberto de León Soto y la artista plástica Fantina Rodríguez Padilla decidieron registrar al primero de sus hijos: Sergio Zipacná de León Rodríguez, el 25 de julio de 1948. Falleció el 21 de enero de 2002.

Zipacná, el motor cultural

El nombre de Zipacná de León ha quedado plasmado en la historia artística de Guatemala a través de proyectos monumentales, como el impulso de la Bienal de Arte Paiz. María Regina Paiz Toledo, actual presidenta de la Fundación Paiz para la Cultura y el Arte, recuerda al creador como un hombre robusto y tierno al cual conoció cuando ella tenía 11 años. ‘Zipa’, como también le llamaba, solía impartirle clases de pintura así como a sus sus hermanos por las tardes en casa.

“Éramos un puñado de mocosos que no entendíamos mucho de arte. La pintura la sacábamos por montones en chorros, y dejábamos volcanes de pintura. Zipacná no podía concebir el desperdicio, así que cada vez que terminaba la clase, agarraba lo que quedaba y lo convertía en arte, incluso sobre nuestros mamarrachos”, cuenta nostálgica y con tono de simpatía.

Progresivamente, las lecciones fueron calando en los niños, al punto que María Regina incluso empezó a replicar las técnicas que había aprendido para así realizar trabajos de la escuela. “Las clases con Zipacná duraron. A todos nos gustaban”, dice la hija de Rodolfo Paiz Andrade, quien era un empresario apasionado del arte.

María Regina Paiz Toledo y Zipacná de León en 1978, mismo año en que se inauguró la Bienal de Arte Paiz. (Cortesía: María Regina Paiz)

Al término de las clases, Zipacná solía conversar con Rodolfo sobre temas que picoteaban entre el arte, la filosofía y la realidad nacional: “Hicieron una gran amistad. En esa época, Zipa le contaba a mi papá que no había nadie en Guatemala que apoyara el arte. Había galerías (entre ellas la DS o El Túnel), pero no existían competencias artísticas ni alguien que apoyara dando oportunidades a los artistas”.

En esa época, la familia Paiz tenía a cargo la operación de los Almacenes Paiz S.A., por lo que, a través de las conversaciones que sostenían Rodolfo y Zipacná, vieron la oportunidad de imaginar un nuevo proyecto cultural respaldado por el negocio familiar. “Mi papá y Zipa propusieron hacer algo por las artes en Guatemala y la familia estuvo de acuerdo. Así fue como empezó todo”, recuerda María Regina, volviendo a rememorar 1978, año en el que se celebró la primera Bienal de Arte Paiz.

Aquella decisión traería un nuevo capítulo no solo para la historia artística de Guatemala, sino también para la de Latinoamérica. En aquel tiempo de recrudecimiento político y con la polarización del mundo, Guatemala celebraba su primera competencia de arte internacional, similar a la Bienal de São Paulo, que alcanzaba 17 años de operación en Brasil. De acuerdo con el texto que escribió Zipacná de León para el primer catálogo de la Bienal de Arte Paiz, finalmente en Guatemala existía un concurso que lograba aglutinar entusiasmo, energía y anhelo de progreso de la mano de la creación artística social. “Y, por qué no decirlo, un gran sentimiento de alegría y vitalidad”, continuaba.

Automáticamente, la Bienal de Arte Paiz se convirtió en la segunda bienal de Latinoamérica, y la sexta a nivel mundial: antes de ella se habían fundado ya la Bienal de Sydney (en 1973), la Whitney (1932), la de São Paulo (1931), la del Carnegie International (1896) y la de Venecia (1895).

Afiche de la I Bienal de Arte Paiz.

La Bienal de Arte Paiz empezó a funcionar en ciudad de Guatemala en medio del recrudecimiento del conflicto armado interno. En medio de este contexto, el jurado determinó tres categorías dentro del evento: Artistas invitados, Libre y Escolar. Además se estableció una categoría especial que premiaba la categoría de pintura en porcelana. En general, la competencia buscaba abrirse a artistas jóvenes, adultos, experimentados, emergentes y también indígenas. Tan solo durante la primera edición, se exhibieron obras de autores hoy consolidados como Elmar René Rojas, Efraín Recinos, Marco Augusto Quiroa, Roberto González Goyri, Francisco Tún, Enrique Anleu Díaz, entre otros creadores de mediana y corta trayectoria. De acuerdo con Guillermo Monsanto, la visión de la bienal desde Zipacná era una de inclusividad: «Podía participar todo el mundo, aunque no todos ganaran”. En aquella época cada categoría premiaba tres primeros lugares mediante ‘Glifos’, de plata, bronce u oro.

El artista Marvin Olivares, quien mantenía una estrecha amistad con Zipacná de León y ha sido realizador artístico desde la década de 1980, recuerda la Bienal de Arte Paiz como una gran “vitrina” en la que destacaba la producción de artistas jóvenes. Olivares participó en las ediciones X y XI de la bienal, y a los 33 años obtuvo uno de los glifos de bronce por su pintura Amanecer. Dos años después, recibió volvió a participar y fue acreedor de un Glifo de Oro por El relicario, una instalación fotográfica que elaboró con madera y soga.

Organizadores y jurado de la IV Bienal de Arte Paiz. De izquierda a derecha: Zipacná de León, Antonio Henrique Amaral, Kitty de Sting, Guillermo Trujillo, Felo García y Rodolfo Paiz Andrade.

Olivares también destaca la asertividad del concurso al funcionar desde el comienzo con jurados especializados en arte, y quienes eran tanto locales como extranjeros. Según el artista, esto garantizaba la imparcialidad en la competencia, ya que los jueces no conocían a los postulantes. “Fue algo positivo para el medio tener una calificación tan limpia, sin la carga de los compadrazgos”, reflexiona. De esta cuenta, durante las primeras ediciones de la bienal, se puede mencionar la participación de jueces provenientes de países como Estados Unidos, México, El Salvador, Costa Rica, entre otros. 

Una de las grandes distinciones del trabajo curatorial realizado por Zipacná y su equipo en la bienal fue la creación de catálogos innovadores. Aunque para finales de la década de 1970 ya existían ya archivos impresos que documentaban exposiciones, los catálogos de la Bienal de Arte Paiz se destacaron por un diseño experimental y colorido que no solo daba un carácter propio al documento, sino que además las principales fotografías de las obras ganadoras a color. «Zipacná vio la necesidad de formar nuevos registros, crear diálogos y provocar crítica. Sus catálogos eran muy atractivos. La documentación de obras de los años 40 y 50, por ejemplo, era distinta. Con Zipacná, aunque el color no se incorporó completamente, el registro se vuelve más amplio», explica Monsanto.

’15 de septiembre’ del comalapense Salvador Simón Cumes, ganó el primer premio (Glifo de Oro) en la categoría Libre Guatemala, de la III Bienal de Arte Paiz.

Más allá de la bienal, la relación de Zipacná con la Fundación Paiz —que para entonces se llamaba Organización Paiz- se circunscribió a la coordinación del entonces llamado Programa Permanente de Cultura. Su paso por el proyecto entre 1977 y 1989 facilitó eventos y exposiciones de artistas como Carlos Mérida, Salvador Saravia, así como recordados homenajes, entre ellos a Pablo Picasso. 

El deseo de formación que latía en Zipacná estaba presente también en su labor como docente en la ENAP. Marvin Olivares, quien fuera estudiante durante su época, lo recuerda como un erudito de la materialidad. «Su obra era muy experimental, libre, pero en sus clases las daba con fundamentos en la producción de materiales, basados en teorías de libros muy antiguos», señala el artista, quien posteriormente trabajaría con pintura acrílica, escultura, acuarelas, entre otros. «No era una experimentación a lo loco, sino tradicional que se interesaba por la dualidad», agrega Olivares.

Zipacná de León fue, en sentido amplio, un misionero por la construcción artística de Guatemala. El poder de su persuasión y convencimiento —fundamentados— le permitió impulsar proyectos culturales únicos: desde promover becas para que estudiantes locales se formaran en arte, incluso en otros países, hasta fundar el Museo Adalberto León Soto en Quetzaltenango e impulsar las escuelas regionales de arte mientras estaba a cargo del departamento de formación profesional para las artes en el Ministerio de Cultura y Deportes.

Un artista desbordado

Antes de sus primeros pasos como gestor y curador, Zipacná era, sobre todo, un artista. “Todos los días te pintaba. Su obra era muy espontánea. Tenía la capacidad de sentarse, hacer un dibujo rápido y producir tremendamente”, recuerda su hermano Pablo de León Rodríguez.

Por su parte, Erwin Guillermo destaca que el lenguaje visual de Zipacná estaba influido por su padre y el conocimiento de los artistas contemporáneos de este, quienes participaban en exposiciones y tertulias. Con el tiempo, sus obras llegaron a representar diversas formas de vida: ángeles, frutas, cuerpos, abstracciones y geografías.

Para que Zipacná lograra llegar a ese punto identitario, varias cosas habían sucedido además de la observación y el estímulo artístico en su familia. Aunque no es preciso que haya cursado como otros estudiantes en la ENAP, solía tener contacto con la institución, frecuentando algunas clases y recreos. La formación que había recibido de pequeño en Francia se complementó décadas después con su especialización en grabado —realizada en México entre 1968 y 1971—, así como con los estudios que cursó en Arte Moderno y Museografía en el Centro Georges Pompidou, en París, Francia.

En la pieza 'Bodegón' de la serie 'Óseas', Zipacná de León exploró con la saturación del color y un contraste de texturas. (Foto: Cortesía Galería de arte El Attico)
En la pieza ‘Bodegón’ de la serie ‘Óseas’, Zipacná de León exploró con la saturación del color y un contraste de texturas. (Cortesía Galería de arte El Attico)

“En todo caso, lo que habría que pensar es que Zipacná llegó a una idea de síntesis. La síntesis define a la generación del 40 y Zipacná la entendió, llevándola a un nivel mucho más resumido. Y probablemente más libre y gestual. Muchas de sus creaciones podrían relacionarse con Picasso, en el cubismo, y otro tipo de referencias”, agrega Guillermo Monsanto.

Según recuerda el historiador y crítico, Zipacná tomaba elementos locales, como los ángeles de Chinautla, algunos cacharros de Quetzaltenango o elementos cotidianos, que transmitía en un trazo rápido. “Su pintura es vibrante, no tiene miedo a manchar, mezcla, olores sobre colores”, reflexiona.

Irma de Luján, historiadora, crítica de arte y columnista, también se había referido al trabajo de León en varias ocasiones. En una columna que escribió para Prensa Libre luego de la muerte del artista en 2002, mencionó que este tenía un estilo pictórico original que oscilaba entre aparentes formas casuales o abstractas, convirtiéndose en uno de “los más originales y discutidos artistas” de la plástica guatemalteca.

‘Pueblecito’, Zipacná de León, 1984. (Foto: Colección de Arte Paiz)

“Entre aparentes formas fortuitas, llegaba a fuerza de pasión a una pintura rudimentaria, o cuando menos naif, pero esta obra resumía poesía, esa presencia poética que pocos supieron ver, cuando le hubiera importado al autor”, apuntaba la crítica. Por otro lado, en sus escritos, Dagoberto Vásquez celebraba el rigor de los trazos expansivos y fugaces en las pinturas de Zipacná. “El campo es sectorizado con regularidad por un esquema rectangular, sobre el cual el tema de representación se arma de acuerdo con nociones espaciales y temporales”, detallaba el también artista plástico.

Su bagaje técnico lo llevó a formalizar otros proyectos, como la Casa de la Estampa Max Vollmberg y la empresa publicitaria Trinovación, que fundó en 1974 junto al artista plástico Erwin Guillermo y el escultor Edgar Guzmán Schwartz. En ese contexto, su labor creativa, junto a la de sus colegas, los llevó a trabajar para marcas locales, entre ellas los Almacenes Paiz S.A.

Novel gestor

Erwin Guillermo conoció a Zipacná de León tiempo después de haber ingresado a la Escuela de Artes Plásticas, donde se especializaba en pintura. Su acercamiento se dio a través de la relación que Erwin empezó a tener con los hermanos Edgar y Alfredo Guzmán Schwartz.

“Cuando Zipacná me conoció, vio que yo tenía una forma de dibujo suelta y de avanzada. Me dijo que quería que participara en la segunda exposición del Grupo Filón, además de organizarme una exposición individual en la sede de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU). Yo apenas tenía tres años de estar en la ENAP y recuerdo que él hizo todo para que se llevaran a cabo las exposiciones; tenía una gran capacidad de organización y convocatoria”, cuenta el artista.

Aún con sorpresa, Erwin relata que, para su exposición individual, Zipacná pidió al consolidado artista Juan Antonio Franco escribir el texto de la muestra. Su astucia también lo llevó a acercarse al artista y diseñador Daniel Schafer, a quien solicitó elaborar el afiche del evento, el cual fue trabajado en serigrafía a mano. “Zipacná podía aglutinar a artistas de distintas generaciones”, insiste Guillermo al recordar.

De izquierda a derecha: Annabella y Erwin Guillermo de León; Pablo e Iván de León Rodríguez; Jorge Antonio Leoni de León; Sergio Zipacná, Jorge y Katina Raxá de León Rodríguez. (Cortesía Pablo de León Rodríguez)

La facilidad organizativa de Zipacná no solo le permitió destacar como gestor, sino también como catalizador de proyectos artísticos de gran impacto. En 1974, junto con Erwin Guillermo, articuló un evento que reunió a cuatro generaciones de artistas guatemaltecos: desde los pioneros de la Generación del 40, los del 50 y el 60, hasta los renovadores del 70.

Este encuentro, que incluyó a 15 grabadores y más de 30 obras, marcó un capítulo destacado en el panorama artístico nacional al superar las tensiones entre movimientos y generaciones que solían caracterizar la escena cultural de la época, según recuerda el historiador y crítico Guillermo Monsanto.

“Logró integrar a artistas como los Vértebras y a figuras del grupo de Luis Díaz. No era algo común, porque existían fuertes divisiones en ese entonces”, señala Monsanto.

El impacto de Zipacná no se limitó a la organización de exposiciones. Su carácter erudito y su afán por documentar y estudiar el arte lo convirtieron en una figura clave para preservar y reinterpretar el legado cultural del país. Según Guillermo Monsanto, su biblioteca personal evidenciaba su rigor intelectual: “Conocí su colección y la envidié. Era una persona que investigaba profundamente, con una capacidad casi fotográfica para absorber y analizar la obra de otros”.

Esa pasión por el conocimiento y la investigación también lo llevó a apoyar a jóvenes talentos. Entre los artistas que se beneficiaron de su impulso destacaron Alejandro Urrutia y los hermanos Schwartz, quienes encontraron en Zipacná un mentor y aliado en sus trayectorias. Su habilidad para detectar potencial y aglutinar voces diversas fue fundamental para la consolidación de un movimiento artístico moderno en Guatemala, coinciden los entrevistados.

Una familia de artistas

Fue en el periodo gubernamental de Juan José Arévalo, cuando Adalberto de León Soto (padré de Zipacná) recibió una beca del gobierno para continuar su formación artística en Francia. Las políticas culturales del Estado permitieron que la familia improvisara una nueva vida en el extranjero, donde sus miembros pudieron relacionarse con figuras como Miguel Ángel Asturias —quien para entonces vivía en el exilio— e incluso Pablo Picasso.

De ser un núcleo de cuatro, entonces formado por los padres, Sergio Zipacná y su hermana Katina Raxá, Francia también vio la llegada de tres nuevos miembros a la familia: los gemelos Jorge y Pablo, e Iván.

Dedicada al artista plástico Carlos Mérida «con todo el amor de Guatemala», Zipacná de León hizo esta pieza en 1983. (Cortesía Galería de arte El Attico)

La tensión política alcanzó a la familia de León Rodríguez, impidiendo que Adalberto continuara recibiendo los beneficios de la beca otorgada por el gobierno de Arévalo. A esta situación se sumaban fricciones que ya eran habituales en el hogar de los franco-guatemaltecos. Así, reconociendo el peso de las circunstancias, Fantina Rodríguez decidió volver a Guatemala con sus cinco hijos.

“Nuestra familia fue muy disfuncional. Mi papá se suicidó en Francia, creo que en el 56, y fue estando acá que nos enteramos”, recuerda Pablo de León Rodríguez, el tercero de los hijos.

Cuando regresó a Guatemala, Fantina comenzó a trabajar como dibujante en la editorial Piedrasanta, al mismo tiempo que se involucró en el activismo. “Era una mujer muy inquieta y no quería solo criar hijos, sino tener una vida propia. Fue ahí cuando se metió al movimiento del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT)”, cuenta Pablo.

En esa misma época, Zipacná empezó a frecuentar la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), que había sido fundada por su abuelo, el pintor Rafael Rodríguez Padilla. Aquel fue un tiempo de desacomodo en la historia del entonces adolescente, según recuerda el artista Erwin Guillermo, quien fuera un gran allegado de Zipacná hasta el día de su muerte. “Cuando su madre regresó de París, él se sentía desconectado porque había asistido a escuelas mucho más avanzadas en educación, y vino aquí a estudiar a una escuela pública”, señala.

Zipacná de León, durante su juventud.(Cortesía Pablo de León Rodríguez)

Alcanzada la mayoría de edad, el vínculo que Zipacná tenía con Fantina era cada vez más estrecho, al punto de atenuarse la jerarquía madre-hijo. “Su relación era muy buena. Los dos eran muy pilas, y Zipacná era un intelectual”, describe Pablo de León, recordando que la confianza entre ambos alcanzó su punto álgido cuando su hermano mayor también se involucró en el PGT.

El involucramiento del joven en el partido fue crítico cuando al momento de ser capturado por la policía en Quetzaltenango por repartir propaganda. Según cuenta su hermano, una vez detenido, a Zipacná le quemaron con cigarros y fue cubierto con una capucha rociada de gamezán. “De repente nos vimos obligados a trasladarnos de casa, porque mi mamá tuvo que empezar a vivir en la clandestinidad. Vivíamos en la Petapa, y ahí fue donde ella empezó a militar”, agrega Pablo, quien recuerda que para el momento en que Zipacná fue capturado y el miedo recorría a la familia, su hermano mayor ya no residía con ellos.

La captura de Zipacná fue solo un presagio de la fragmentación que vendría después para los de León Rodríguez. Tras la salida de Zipacná de su hogar —motivada por la presión de cuidar y mantener a sus cuatro hermanos menores— y la desaparición de Fantina en 1972 junto a otros miembros del PGT cambió el rumbo de todos. Después de la adolescencia, Pablo no guarda muchos recuerdos de su hermano: “Yo lo dejé de ver por muchos años. En ese momento no permitía que uno lo visitara. Él se divorció de nosotros directamente porque, como a los 14 o 15 años, ya se había ido a vivir solo”.

A esto se sumaba una compleja situación en la que quedaron los hermanos. Pablo recuerda que cada quien tuvo que buscar la forma de sobrevivir tras la muerte de Fantina. “Mi tía me dio posada unos años, y los del partido nos dieron dinero, como Q40 quetzales al mes durante un año”, relata.

Una de las primeras piezas gráficas de Zipacná de León, fechada en 1974. (Cortesía Galería de arte El Attico)

Otro ángulo de este capítulo es recordado por Erwin Guillermo, quien estuvo cerca de Zipacná en el momento en que dejó su hogar: “Al rechazar la vida familiar, buscaba los ambientes donde se sentía mejor, que eran los amigos de su padre y su madre, artistas de la Generación del 40. Estamos hablando de Max Saravia y Guillermo Grajeda Mena. Eran los más cercanos. Zipacná se refugió un tiempo en la casa de Max Saravia y, al salir de ahí, conoció a Alfredo Guzmán Schwartz y Rolando Ixquiac Xicará, quienes habían sido de los estudiantes más aventajados de la Escuela de Artes Plásticas.

Símbolo de influencia

Hacia la actualidad, el legado de Zipacná de León también se encuentra en colecciones de arte en Guatemala, conservadas tanto por instituciones culturales como por personas particulares. Desde hace un par de décadas, Carlos Raúl Montes, ha congregado en su archivo artístico piezas de Zipacná. Dice que las primeras las obtuvo como obsequio directo del artista, y con el tiempo, otras más fueron adquiridas mayoritariamente por él y su familia.

Carlos y Zipacná se conocieron gracias a casualidades familiares y, poco después, desarrollaron un vínculo intelectual. «Yo me vuelvo coleccionista por él. Cuando visitaba su casa, me decía: ‘Mirá, Carlos Raúl, ¿querés una obra? ¿Cuál querés?’. Dentro de su casa no había espacio. Entrabas y estaba atorado con obras de todos los artistas. Me decía: ‘Llévate esto y esto otro’. Yo a veces le decía que no podía pagarlo, y él respondía que me lo llevara, que no me preocupara». Tiempo después, Carlos Raúl empezó a comprarle «de todo»: obras de artistas como Alejandro Urrutia, el Tecolote e incluso de Iván de León, hermano menor de Zipacná.

El vínculo que Zipacná sostenía con varias generaciones de artistas, así como su labor como promotor, lo llevaron a conglomerar un vasto archivo de obras guatemaltecas creadas en el siglo XX. Esto evidenciaba no solo una cuota de poder dentro del coleccionismo local, sino que también lo aseguraba como un personaje influyente en el ámbito artístico del país. Para los ochenta y noventa, el poder de Zipacná era incuestionable. «Era una persona arrolladora e impositiva, su presencia era tan impactante que al llegar a su casa, te sentías en un jolgorio porque siempre había gente allí. Se sentaba con aire de sultán, rodeado de un séquito de asistentes a quienes no trataba directamente, simplemente chasqueaba los dedos para indicarles lo que debía hacerse. Esa aura que emanaba era inconfundible y lo hacía parecer una figura casi profética», cuenta Carlos Raúl.

El coleccionista, quien junto a su familia ha adquirido varias piezas gráficas y pinturas de Zipacná, relata que el imponente carácter del artista era también magnético: «Era como un profeta del arte. Los artistas de su entorno buscaban estar cerca de él y formar parte de esa energía que generaba. Yo siempre he visto la figura del artista como la de un profeta, alguien que crea y atrae hacia sí a aquellos que buscan inspiración. Zipacná, sin duda, cumplía a la perfección con ese rol. Su capacidad para atraer y cohesionar a la gente a su alrededor era asombrosa».

Zipacná de León. (Cortesía Pablo de León Rodríguez)

En 1984 Zipacná de León trabajaba para el gobierno en el Ministerio de Cultura y Deportes. Su colaboración en la dependencia logró que se impulsaran escuelas regionales de arte en Quetzaltenango, Cobán, La Antigua y otros lugares. Para esa época, su sobrino Jorge tenía 8 años. Aunque este no recuerda mucho sobre lo que pasaba hacia la intimidad del trabajo de Zipacná, lo recuerda como una figura con la que solía compartir en épocas festivas o reuniones familiares.

«Una vez al año, nos mandaba a traer con mis primos para el convivio navideño. En ese tiempo Zipacná fue quien impulsó mi amor por la pintura y el dibujo, aunque siempre tuve la inclinación por mi familia. Me regalaba cuadernos y pinturas, y aunque en ese momento no entendía el valor que tenían, los disfrutaba mucho. Recuerdo que una vez me regaló un pantalón, algo que no quería en ese momento, pero también me dio una caja de metal de Alicia en el País de las Maravillas llena de papel acuarela y pinceles. Me volví loco. No me lo quería gastar», recuerda Jorge de León.

Con el paso del tiempo, muchas cosas comenzaron a tomar sentido para Jorge, como el hecho de reconocer que Zipacná no solo tenía un poder significativo de influencia en los circuitos culturales, sino también un genuino interés por formar artistas: «Recuerdo que me ayudó a ingresar a la Escuela de Artes Plásticas, me compró los materiales para el primer año y además me apoyó en la inscripción. Creo que no solo lo hizo conmigo, sino con muchos otros».

Al alcanzar la mayoría de edad, alrededor de los 20 años, Jorge comenzó a interesarse en expresiones más contemporáneas del arte, lo cual generaba tensiones con Zipacná, quien las rechazaba abiertamente: «Se molestaba con mi interés por el performance, pero, a pesar de nuestras diferencias, sus pláticas eran enriquecedoras. Agradezco que no haya intentado cagarse en mi forma de ser, porque no le imponés tus ideas a otra persona».

Obra gráfica hecha por el artista Guillermo Grajeda Mena. (Foto: Cortesía Funba)
Obra gráfica hecha por el artista Guillermo Grajeda Mena sobre el maestro Zipacná de León. (Cortesía FUNBA)

De su tío, Jorge también recuerda una biblioteca enorme que solía consultar. El archivo contaba con bastantes referencias históricas, aunque tenía muy poco sobre arte contemporáneo. La transdisciplinariedad de Zipacná y su constante estudio sirvieron como bases para el legado sociocultural que dejó en en Guatemala: «Me sorprende cómo tantos años después de su muerte, sigue teniendo una gran influencia en la sociedad guatemalteca, aunque muchos no lo entienden o no lo valoran. La Bienal de Arte Paiz, por ejemplo, ha sido un evento impresionante para el arte guatemalteco y no encuentro algo equivalente en Centroamérica. Las grandes capitales del arte latinoamericano tienen mucha inversión y provocan a los artistas a crear, mientras que en Guatemala nunca ha existido una infraestructura de arte apoyada por el Estado», continúa Jorge.

Hay algo de lo que Jorge se arrepetiente y es de nunca haber entrevistado a su tío. Si bien las charlas eran constantes entre ellos, no hubo tiempo para que el sobrino se hundiera en la médula de las convicciones de Zipacná. Ante la pregunta de qué le habría gustado preguntarle, Jorge asegura que probablemente le habría gustado saber por qué se quedó en Guatemala: «No es un país fácil para los artistas, y él pudo haberse quedado en cualquier parte del mundo: tuvo exhibiciones en lugares tan prestigiosos como el Pompidou, Nueva York, China y México; además de haber nacido en Francia, donde pudo haber reclamado su nacionalidad y vivir allí. Sin embargo, decidió quedarse en Guatemala». Tras una pequeña pausa Jorge continúa: «No sé por qué fue, pienso que tal vez por el mismo amor que yo le tengo a este lugar… O seguro porque sabía que, a pesar de las dificultades, aquí habían muchas oportunidades y cosas por hacer».

Cuentan que para el funeral de Zipacná de León, las personas difícilmente cabían en la los salones de las Capillas Señorial de la zona 9 capitalina. Zipacná había fallecido el 21 de enero de 2002 por causas respiratorias. Al final de su vida había sumado 40 exposiciones personales, había impulsado la hoy sexta bienal más antigua del mundo, creado escuelas regionales de arte, promovido la formación artística, removido a generaciones de creadores, formado a estudiantes, escrito textos y trabajado para el Estado. También se había consolidado como uno de los nombres más indispensables de la época moderna del arte guatemalteco.

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