
El artista multidisciplinario Esvin Alarcón Lam conversa sobre la reescritura histórica desde el arte, las metáforas por las que transitan sus más recientes obras y aborda la urgencia de pensar con otras ópticas la educación artística en Guatemala.
Durante la noche del pasado 16 de enero, en Berlín, el guatemalteco Esvin Alarcón Lam retiró sus prendas frente a la Daadgalerie, espacio expositivo del Programa de Artistas extranjeros del Servicio Alemán de Intercambio Académico. Desnudo, portando un microscopio que cubría sus genitales, el artista caminó hacia el centro de la galería donde permaneció de pie sobre una espiral de bambú pintada en el suelo. Así, habló al público sobre sus investigaciones recientes, haciendo énfasis en la obsesiva manera en que países como Estados Unidos han observado históricamente a América y Asia. Esta crítica a las obsesiones científicas y políticas de Occidente sobre territorios «vulnerables», dio forma al cuerpo detrás de Porosidad intuitiva, la primera exposición individual del guatemalteco en Europa.
Ironizando el despojo natural que resulta del desnudo y la fragilidad, el artista planteó con aquel gesto chistoso y provocador, una metáfora que se contrapone a lo que él llama los «múltiples niveles de silencio social», provocados en gran medida por la asfixia del poder. Motivado por su propia historia familiar de migración y el desplazamiento de los cuerpos al margen de la historia occidental, el trabajo del Esvin Alarcón Lam suele explorar la resistencia de la vida y la memoria. Desde una mirada conceptual, aborda tópicos como la diáspora china en Centroamérica o el poder que han ejercido estructuras históricas sobre las identidades. Siguiendo varios medios como el dibujo, la instalación, la pintura o el performance, el artista ha indagado recientemente en elementos como el bambú para reflexionar sobre la vida en movimiento.
Luego de su primera muestra institucional en Alemania y de varias colaboraciones en ese país -entre ellas, con la Haus der Kulturen der Welt, la ifa-Galerie Stuttgart o el colectivo Dolce Still Criollo-, así como en otras plataformas internacionales -el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, el Rockbund Art Museum de Shanghái o Americas Society en Nueva York-, Alarcón Lam condensa sus últimos dos años de trabajo en esta conversación, de cara a su regreso a Guatemala, ese territorio poroso desde el cual parte para pensar las complejidades del poder y la identidad en la historia.
En obras recientes has explorado conceptos como la jardinización, los injertos y la plantación. ¿Podrías contarnos sobre las metáforas detrás?
Uno de los proyectos que me emocionó hacer durante mi estancia en Europa fue un transplante de cabello a través de una performance que me llevó a Turquía. Básicamente es una metáfora del bambú que se extrajo desde Asia y que fue trasplantado en las Américas. Es una metáfora de cómo las fuerzas occidentales han estudiado científicamente ciertas especies y las han introducido a otros lugares.
Me interesa cómo y por qué Estados Unidos sustrajo muchas especies de bambú de China y las sembró en Centroamérica, a partir de sus expediciones botánicas. Toda esta investigación surgió en un momento cuando hace algunos años visité el jardín botánico de Lancetilla en Tela, Honduras. Desde la década de 1920, el jardín fue un centro de experimentación del banano y laboratorio propiedad de la United Fruit Company (UFCO), una multinacional cuya historia es crucial para entender las contradicciones de nuestra feudal modernidad centroamericana.
A pesar de que el jardín en Honduras no está lejos de Guatemala, me llamó la atención que se sepa muy poco de su existencia y de su correlación con los problemas de nuestros días. En este proceso hay un ejercicio de memoria y ojalá un aporte desde una mirada que me parece relevante, pues siempre esta historia se enfoca desde las plantaciones de bananos, pero este jardín no lo recibe a uno con bananos sino con un gigantesco túnel de bambú.
Me interesa pensar y proponer una historia que en Guatemala es bastante silenciosa y silenciada: la diáspora china en el país goza de una buena reputación, pero que no siempre fue así. Vale la pena recordar que, en los albores de la modernidad guatemalteca, la élite no quería migraciones que no fueran blancas, pues rompía con el ideal de racialidad europea. Me mueve el dibujar estas relaciones que yo no me estoy inventando, sino que se han construido social e históricamente. A mi me interesa en todo caso, crear sentido a partir de las herramientas que me permite el arte, es decir, aquellas estrategias que permiten la transformación de la mirada.

¿Podrías contarnos sobre la investigación de bambú qué has desarrollado? ¿Hacia dónde se está encausando?
A propósito del trasplante de cabello que me realizaron en Turquía y la existencia del jardín botánico de Lancetilla en Honduras, he estado elaborando dibujos con pluma de bambú y tinta, que están basados en fotografías de microscopio que se realizaron para observar la estructura del bambú. Están basados en imágenes tomadas por botánicos norteamericanos y alemanes, pero más allá de observar la obsesión occidental en observar de cerca una planta desplazada, lo que me interesa es dibujar y enfocarme en la vida del bambú y en alguna medida, también documentar su historia y hacerla así parte de la mía.
También estoy planificando otra visita a Lancetilla en Honduras, pues estoy pensando en proponer una obra nueva para una exposición en un museo centroamericano, para el cual me invitaron a participar de una muestra colectiva que abrirá hacia finales del año. Acabo de volver a Guatemala luego de casi dos años de vivir en Europa y tengo muchas ganas de volver a trabajar con la materialidad de la planta, pero a la vez quiero ser cuidadoso con ella, así que lo más probable es que trabajaré en escultura, instalación, vídeo y dibujo, pero nunca se sabe hacia dónde madurará un proyecto.

Durante tu tiempo de residencia en Alemania tuviste contacto con iniciativas como Voces de Guatemala y Dolce Still Criollo, ambas planteadas como plataformas colectivas e independientes. ¿Cómo han sumado estas experiencias de colaboración a tu práctica como realizador más allá de la institucionalidad?
Todo proyecto de arte es un proceso colectivo, eso lo tenemos claro quienes trabajamos en las artes y por qué no decirlo, en las industrias culturales. Voces de Guatemala en Berlin siempre es una inspiración porque es un colectivo que hace activismo y eventos a partir de la solidaridad y con fines de memoria histórica. Durante mi estancia en Berlin asistí a algunas de sus iniciativas, como muestras de cine y también convivencias y debates, a menudo con comida y con el aporte de pensadoras y pensadores de la región.
Dolce Still Criollo por otra parte, es una publicación que también me parece inspiradora porque surge de la iniciativa de amigos que trabajan en los ejes de las letras y el diseño editorial. Me invitaron a realizar una pieza que sería parte de la revista impresa y digital, y luego surgió la presentación de la revista, pues Gabriel Finotti, el director del estudio de diseño Sometimes Always, iba a visitar Berlin. Así fue como se organizó el evento con la ayuda de uno de mis espacios favoritos en la ciudad, que es la librería Hopscotch Reading Room.
“Es un hecho que al estar insertos en otras culturas se nos hace participar de otros códigos sociales, es decir, de comunicación, con otros ritmos, formas y silencios distintos al que acostumbramos, y que a veces asumimos como únicos y verdaderos. Esta mirada cambia al experimentar y vivir en otro lugar”. – Esvin Alarcón Lam
De manera institucional, tuviste proyectos expositivos en España, Puerto Rico, Panamá, Estados Unidos y China. ¿Consideras que la institucionalización de tu trabajo en museos ha sumado otra forma de “madurar” a tu oficio artístico?
No creo que haya maduración del trabajo en sí, es decir no creo que un artista se vuelve mejor conforme la edad. De hecho, es común ver cómo el acomodamiento que provee la idea convencional de éxito crea, paradójicamente, mediocridad de los proyectos artísticos. Lo digo así porque no es algo que les sucede solamente a los artistas, también les puede suceder a las galerías y a los curadores. Tampoco es una regla, solo quiero decir que en verdad uno siempre está intentando, ensayando, errando, y por lo tanto no hay infalibilidad. Esto es algo que aprendí gracias a las palabras de Isabel Ruiz.
En mi experiencia, lo que sí sucede con el tiempo es que las instituciones se interesan más en el trabajo realizado y eso es porque el mundo del arte es parte del mundo en general, y para ello uno va coleccionando validación, es decir, el capital simbólico hace de las suyas. De cualquier forma, es lindo ver los proyectos que se han hecho con tanta dedicación y cariño desdoblarse en y hacia nuevas audiencias. A mí me enseña cosas nuevas cuando mis proyectos llegan a otros públicos, puesto que un video arte o una pintura se entiende de forma distinta si se expone en Alemania, Puerto Rico o en China, por ejemplo.

En otras ocasiones has mencionado que el arte es una forma de acción comunicativa que además de generar pensamiento crítico, permite nuevos grados de sensibilidad y cognición. Frente a esta idea, ¿qué crees que aportan las residencias artísticas a los creadores?
Es un hecho que al estar insertos en otras culturas se nos hace participar de otros códigos sociales, es decir, de comunicación, con otros ritmos, formas y silencios distintos al que acostumbramos, y que a veces asumimos como únicos y verdaderos. Esta mirada cambia al experimentar y vivir en otro lugar. Las residencias no hacen ese trabajo por sí mismas, pero nos invitan a estar, a ser en otro lugar, y eso es muchísimo. Nos abstraen y apartan de nuestro lugar de origen, y la soledad es una gran maestra. También son una experiencia y posibilidad de amistad, porque la extensión temporal ofrece la oportunidad de profundizar más.

¿Cómo reflexionas sobre las urgencias en formación y educación artística de Guatemala?
Es cierto que en el país básicamente no existe formación artística formal, y no entendida desde lo que occidente piensa que es educación. Esto en todo caso me parece una ventaja que hay que defender. Creo que no hay por qué copiar la ignorancia de los europeos, Guatemala es una fuente de experiencia inigualable y el conocimiento viene precisamente de la experiencia, no de los libros. Los libros sintetizan las experiencias de otros, pero en Guatemala la vida está allí, más en crudo. El reto está en sistematizar toda esta vida, que a menudo nos puede rebasar, porque el país produce unas realidades sumamente complejas y dolorosas, por ello investigar desde Centroamérica es particularmente complejo y doloroso. Prueba de ello son los curadores que al visitar el país quedan un poco confundidos. Basta un poco de curiosidad para ver su confusión al enfrentarse a un país con las características demográficas, y con una mirada poco acostumbrada al arte contemporáneo occidental. No es fácil, lo cual no quiere decir que no valga la pena, y no pueda ser divertido y gratificante también.
Si hay una urgencia en Guatemala es aprender que lo que sabemos es de suma complejidad. Diría que lo que urge es tener un poco más de confianza para ver más allá de lo obvio. Lo menciono porque he visto gente de nuestra región que por la colonialidad interiorizada a la hora de enfrentarse a públicos internacionales, pierden cierto brillo, les faltan las palabras, y creo que el aspecto débil es más afectivo que cognitivo. Entonces cada vez me convenzo más que la educación política va de la mano de la educación emocional. Más que leer a Foucault, Didi-Huberman, Rancière, Badiou, etc., hace falta adquirir competencias como aprender a debatir, a hacer preguntas, y quizás girar nuestra atención hacia autores que sí tienen más cabida dentro de nuestras realidades como Aura Cumes, Édouard Glissant o Andrea Giunta, entre muchas personas más.
Todo esto es un reto en un país en donde hacer preguntas se percibe como un ataque, o donde dar nuestra opinión puede herir egos frágiles. Somos una sociedad muy golpeada, acostumbrada al silencio político y a la conveniente complacencia. Además, estamos atravesados por un profundo racismo que nos separa de lo que sí es conocimiento. Quizás es por eso por lo que cursos simplones de “apreciación al arte contemporáneo” tienen cabida dentro de nuestro provinciano mercado capitalino. En todo caso, nos urge aprender a escuchar desde la porosidad del cuerpo, es decir, aprender a aceptar el fracaso, a llorar, a abrazar nuestra vulnerabilidad y vacíos. Urge enseñarnos a creer lo que podemos crear.