Por Magui Medina
Cuando Diego me habla, me mira a los ojos con fuerza. Pareciera que siempre tiene algo importante que decir, y posiblemente así sea. Al entusiasmo que emana de su mirada no lo detiene ninguna pantalla, al contrario, lo fortalece. Ha vivido atento a su entorno desde que era niño, en una constante sobreestimulación de formas y sonidos.
Las pinturas que colgaban las paredes del hogar donde creció, en Quetzaltenango, el arte religioso, la imaginería y el menaje de casa de su abuela materna, doña Delfina, llenaron su entorno de esa magia que deviene directamente del arte. Porque Diego forma parte de la primera familia maya k’iche que ha construido y curado una colección de arte moderno y contemporáneo en Guatemala, específicamente en Chichicastenango. Su infancia -qué digo- su vida es como un óleo de Fidel Caté Tuc Tuc.
Diego Ventura Puac-Coyoy nació en 1991. Es, ante todo, un ajq’ij ( guía espiritual maya k’iche)’, curador independiente, editor y fundador de espacio/C un proyecto de arte contemporáneo y memoria histórica ubicado en Chichicastenango. Estudió Ciencia Política y Restauración de arte en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Memoria histórica, pueblos originarios, territorio y alimentación son las temáticas de sus investigaciones.
La Colección del Fondo para la imagen, palabra y pensamiento Ventura Puac-Coyoy se ha unido a la Colección Paiz en la exposición “Antes de ser, ya éramos”, una propuesta curatorial de Diego y Maya Juracán, que busca otras miradas y cuestionamientos acerca del Bicentenario de la Independencia de la República de Guatemala.
La María, 1982, pintura sobre porcelana, Irma de Trutman.
– ¿Cuáles son tus primeros recuerdos del arte que rodeaba tu niñez?
-En la casa, mis papás siempre tuvieron colgadas en las paredes obras de arte. No solamente por ellos como coleccionistas, sino porque también vendían. Había varias piezas exhibidas que los turistas compraban. Esas nociones estéticas nos dieron (a él y su hermana) ciertos paradigmas porque al final, aquí en Chichicastenango –Chichi– y en la mayoría de los poblados mayas, Kaqchikel, k’iche’, Tz’utujil: Más es más. Se ve en la indumentaria, en el mercado de Chichi abarrotado de colores, cosas y formas. Entonces la pintura maya es igual. Uno crece en esta sobreestimulación todo el tiempo.
Diego cuenta, con entusiasmo, que su abuela materna, Delfina, vivió 10 o 12 años en Alemania y trajo muchas cosas: azucareras, tacitas y amenidades de té. Entonces también él y su hermana, han tenido una fuerte sensibilidad con el menaje de casa. Para ellos, es una extensión de la forma de ser, de convivir. Son objetos utilitarios que esconden no solo la parte visual artística, sino esta experiencia de amor propio. Eso y la crianza de sus papás les marcó. Porque esos procesos de ladinización y occidentalización también implican cosas en tu vida.
-¿Cómo fueron tus primeros pasos fuera de Quetzaltenango?
-Cuando yo trabajé en la ciudad, nunca sentí que hubiera un trato diferente hacia mi persona. De hecho, yo era el abusivo, la persona pesada. Pero tengo varios amigos de mi pueblo –ahora que vive en Chichi y se ha involucrado más con la comunidad-, varias personas que me han contado que cuando han ido a la ciudad, ya sea a Quetzaltenango, la capital o la cabecera departamental del Kiché, ellos sí sienten que hay una diferencia cultural, de cosas que no son parte de su contexto: uso de cubiertos, diferenciación entre vaso y taza, por ejemplo.
Diego me explica que en Chichi la vida es práctica y los matices de los modales occidentales no tienen importancia. Por eso se siente este choque cultural. Todavía estamos en una etapa temprana de entendimiento de los otros, en términos de país. Las formas para referirse a los demás son, todavía hoy, muy despectivas.
-Hablando de diferencia cultural, ¿qué concepción te merece el término de “pintura popular”?
-Yo creo que es como todo lo que hemos aprendido. Es una cuestión de crianza, cultura, aprendizaje y desaprendizaje. Por ejemplo, a estas alturas yo no puedo venir a pedirle a una persona que ha estudiado historia del arte, que tiene 78, 80, 90 años… yo no puedo exigirle que deje de decir arte naif o pintura popular porque así lo aprendió y a estas alturas del partido me voy a cansar explicándole. Pero desde este lado de la historia conozcámoslo, pero dejémoslo ahí, como ya sucedió. La historia del arte viene desde Europa, esencialmente, porque ni siquiera los artistas estadounidenses son reconocidos dentro de los círculos de las Bellas Artes Europeas.
-¿Cómo se construye el arte contemporáneo en la región?
-Se siguen apreciando mucho las formas sobre otras cosas. Creo que el rompimiento se logró a través de la modernidad. Latinoamérica fue un gran rompimiento en la modernidad del arte. Con la Bienal de São Paulo y la Bienal de Arte Paiz se abrieron estas nuevas concepciones de ver el arte. La Fundación (Paiz) al principio tenía esta categorización de Pintura popular que respondía a los estudios de historia del arte que se tenían en esos momentos. Pero una cosa que a mí me parece muy importante de ese momento, es que la Fundación dentro del certamen nunca categorizó ni hizo de menos, sino que dentro del mismo certamen todas las piezas ingresaban a la arena de juego y ganaba la que estuviera mejor pintada y punto. Muchos pintores de Comalapa o del Lago ganaron Glifos de oro, plata, bronce. Ya luego se categorizó dentro de la selección, todo ello responde a estos estudios. A mí no me gusta el término arte popular porque sigue siendo, como menciona Erwin Panofski, el arte de las masas. En realidad, el arte popular no posee una clasificación dentro de las Bellas Artes porque nadie se ha tomado el tiempo de teorizar. Creo que esa es una deuda histórica que tenemos las personas que nos dedicamos a estas cosas: teorizar.
Con paciencia y (otra vez) mucha pasión, me explica Diego que para llamar a la pintura per se y si es que hay que categorizarla, el término correcto y a grosso modo, sería Pintura guatemalteca porque se produce en estos territorios. Los pintores mayas se reconocen como pintores por el mercado, pero ellos en realidad se reconocen como escribanos.
Surge el guía espiritual y me explica que dentro de los oficios de los idiomas originarios porque no existe una palabra que defina artista o arte, es más bien escritura; y la escritura se encarga de registrar lo que sucede, acontecimientos, el tiempo. Y ese es en realidad el trabajo de ellos: escriben. Si te das cuentas los escribas mayas no solo hacían glifos también había otra serie de ilustraciones, letras y símbolos que en realidad se complementaban, lo que ahora reconocemos como pictogramas.
-Hablemos de la colección, ¿qué valor tiene la Colección del Fondo para la imagen, palabra y pensamiento Ventura Puac-Coyoy?
-En principio, la colección es un registro que nosotros queremos hacer desde nuestra propia visión de la historia; de lo que nosotros queremos contar, que muy probablemente nunca será contada a través de los libros de texto, de los libros oficiales. Para nosotros -la comunidad maya k’iche’- el acto de coleccionar se vuelve un acto de estrechar lazos, tejer redes. Porque al final la convivencia que se logra con los artistas, los entendimientos y los conocimientos que te dan los artistas no suceden desde el oficio sino, desde la confianza. Entonces, para ellos es más fácil hablar de ciertos temas cuando tenemos conductas o culturas similares, a pesar de que todos somos mayas, cada quien tiene su propia nación. Se abre este vínculo de confianza.
Diego explica algo muy importante, está en el tono de su voz, en el brillo de sus ojos…
-La mayoría de los pintores tiene sus pinturas para la venta y tiene las pinturas (muy de ellos) que tienen personas muy específicas, entonces lograr que ellos te pasen a la otra sala donde están las pinturas que para ellos son importantes, eso es un acto de profunda confianza. Si te das cuenta estas pinturas que son así de específicas en las colecciones de la Fundación o en colecciones privadas o las del museo, la mayoría no son folcloristas, sino que cuentan tragedia, no son pinturas dulces. Para nosotros es el valor de contar esas otras historias que la hegemonía no quiere contar.
Confirmado: Diego siempre tiene palabras importantes que compartir.
-Para nosotros es un manifiesto político porque históricamente se piensa que las personas que pertenecen a pueblo originarios tienen que pensar en la tierra, en un rol de labranza o ser personas de servidumbre o comerciantes, pero hasta ahí. Meternos al mismo juego y decir: Nosotros coleccionamos arte y este es el patrimonio que estamos dejando. Al mismo tiempo, es un statement político porque no solo tenemos pinturas desde las comunidades, tenemos una sección de arte moderno y contemporáneo. Poner en entre dicho el buen gusto… Se supone que solo cierto grupo económico y cultural conoce lo que es el buen gusto. ¿Qué pasa si desde otro lugar u otra perspectiva se tiene el mismo gusto que ellos? ¿Será que seguirá siendo buen gusto o cómo se llamará? (…) Me encantaría que nuestra colección sea abierta a todo público, a grupos de estudiantes de acá. El arte en Guate es el gran desconocido al igual que la historia, no digamos en las comunidades que no son centros urbanos.
-La última: ¿qué artista tiene tu total admiración?
-Marco Augusto Quiroa por sus convicciones políticas. No solo se dedicaba a la pintura, era escritor, columnista, ilustrador, publicista y por último fue diputado. Todo este contexto tan activo, no solo dentro del arte, sino que con todo lo que sucedía a su alrededor. Era mucho de ir a las cantinas en el Centro, tener amigos en todos lados. Marco Augusto tenía amigos en Amati, en el Lago, Tecpán, en el Centro. Se relacionaba con los coleccionistas, podía convivir con cualquier otra persona. Yo siempre he pensado que la mediación puede tener buenos frutos porque no podemos radicalizar completamente el arte: no puede ser de élite, tampoco puede ser meramente espiritual. Los artistas tienen necesidades de vender piezas, quienes pueden comprar pertenecen a cierto nivel socioeconómico. Marco Augusto podía estar en polos tan opuestos y moverse entre todos. Eso es algo que yo admiro mucho.