Martín Díaz Valdés: “Mis ganas de contar vienen del Nintendo”

Martín Díaz Valdés, Premio Monteforte Toledo Novela 2023

Cuando le preguntas a una escritora o escritor sobre sus referentes e influencias literarias, por lo general, responden con un listado de grandes autores. Nunca te dicen, con tanta sinceridad y frescura: “Mis ganas de contar vienen del Nintendo”, como Martín Díaz Valdés, Premio Monteforte Toledo Novela 2023

Cuando te habla, el titiritero resurge y la pasión de lo que cuenta se ve en sus ojos, se percibe en el tono de su hablar. Es tanto el entusiasmo que hasta se le mezclan las palabras, como si éstas corrieran sus pensamientos, que no caminan, vuelan. Continúa Díaz Valdés:

“En el 1993, recuerdo que mi papá nos llevó a ver Jurassick Park. Esta novela estaba muy influenciada por esa cuestión de estar en la selva con peligros inminentes. Todo ese bagaje me pareció fascinante y me sigue abrumando. Siempre quise replicar algo así de complejo y rico. El género detectivesco siempre fue mi pasión. Estaba (y sigo estando) fascinado con Batman»

Si hay algo que distingue a Martín es la autenticidad. ¿Quién es este joven y talentoso escritor?

Martín Díaz Valdés nació en 1985 en Quetzaltenango. Es escritor, titiritero y artista visual. Ha publicado los libros de poesía Hiedra (Premio Víctor Villagrán Amaya, Alianza Francesa de Quetzaltenango, 2009), Este mal (Catafixia Editorial, 2010) y Teúl (Editorial Cultura, 2021); el libro de cuentos Escolopendra (Editorial Cultura, 2014); y los libros juveniles El prodigioso de la montaña (Loqueleo, 2015) y Los cuatro de Tevián (Loqueleo, 2016). Formó parte de los colectivos literarios Ritual y Metáfora. Ha sido invitado a lecturas de su obra y otras actividades artísticas y académicas alrededor de literatura en Chile, Cuba, República Dominicana, El Salvador, y Guatemala. Durante 2011 y 2012 fue integrante del elenco de ImaginaMar (ImaginOcean), adaptación producida por Fundación Paiz. Más allá de su extenso recorrido, él se presenta como:

Ilustrador editorial, que no es solo es mi oficio, sino que es lo que más me gusta hacer. Esta amalgama entre las artes visuales y la literatura es soñada para mí. Es una cosa increíble poder leer literatura e ilustrar lo que me estoy imaginando. 

Se declara un amante de la arqueología y la paleontología. Sus primeros acercamientos al arte de contar historias fueron en su niñez, en el patio de su casa, cuando con su hermano replicaban lo que veían en la TV y videojuegos: Alien vs. Depredador, Robocop y muchas otras películas de acción, que también trasladaba a sus dibujos. 

Pero Martín es sobre todo un gamer empedernido. “Los videojuegos, especialmente los de Shigeru Miyamoto, creador de Celsa y Super Mario Bross, el cerebro detrás de la mayoría de juegos de Nintendo fueron mi inspiración desde siempre”. 

¿Cómo inició tu relación con la literatura?

Mi relación con la literatura es relativamente reciente. Normalmente la gente que es lectora ávida suele comenzar a edades muy tempranas. Yo estuve en un instituto educativo muy punitivo, en el que leer era una obligación. Se leían textos muy densos. Hasta cuando tenía 16 años y entré a la U, recuerdo que una catedrática nos dio una lista enorme de libros y nos dijo: ´Escojan tres libros, cuando ustedes terminen de leer un libro de pasta a pasta, van a necesitar leer más´. Por primera vez en mi vida, leí con placer: Crónica de una muerta anunciada, de Gabriel García Márquez. 

¿Cómo surgió El acto de los wayob?

Siempre estuve fascinado con el género detectivesco, sobre todo con Batman (ja ja ja) y los dinosaurios. Fui juntando todo este acervo hasta que un día me desperté y estaba la novela completa frente de mí. Sabía que iba a pasar, cuáles eran las locaciones, qué eran los wayob. También me enamoré de la cultura maya, de la cultura egipcia y quería hacer algo con eso. Y mi cerebro lo hizo de alguna manera solo, mientras dormía. Me di a la tarea de concatenarlo, redactarlo y ponerlo en un orden literario. Ya había para ese entonces leído bastante, ya tenía un acervo poético, incluso. Entonces, creo que el haber entrado desde la poesía a la literatura, también influyó en mi estilo. No es una cuestión diáfana, ni muy fácil de seguir; tiene comparaciones, figuras, devaneos, adornos, muchas características que tomé de la poesía.

¿Quiénes han sido tus pilares en este camino? 

Mi abuela fue un gran apoyo. También dedico este premio a mi mamá y mi hermano. En el proceso de edición y de revisión de la novela, sin lugar a dudas, debo agradecer mucho a Wingston González y Gabriela Campos. Sus notas fueron muy importantes y valiosas. Cuando me llamaron para darme el anuncio. Estaba sentado junto a mis compañeras de trabajo. Y cuando me dijeron Fundación Paiz, me paré y me fui a la terraza. Sentí un hormigueo en las manos. Fue una emoción bien fuerte, en absoluto creía que fuera a ganar. Fue abrumador, pero muy satisfactorio la verdad, porque sí era algo que había estado buscando desde hacía años. 

Tu novela es una búsqueda que viene de tus antepasados, de un proceso de autoconocimiento…

Sí. Mis abuelos ladinizaron la familia por cuestiones sociales. Mi bisabuelo, Fernando Mull, era alcalde comunitario en Cantel (creo). Hablaba k’iche’ y practicaba la religión maya. La forma en la que apartó a su descendencia de todo esto fue muy brusca. El papá de mi mamá era Achi’, de apellido Valdés Tecún. Me dije bueno, somos mayas k’iche’, solo que negados, por una cuestión de violencias históricas a la afiliación ladina (o globalista). Me dije, tengo que hacer algo al respecto y ahí fue cuando surgió esta novela: El acto de los wayob.

Mira la entrevista completa aquí: https://www.youtube.com/watch?v=Xd9wfbNveLM

 

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