Año: 1985 Técnica: Dibujo – Pastel sobre papel Dimensión: 0.65 x 0.65 mts. Premio: Glifo de Oro – V Bienal de Arte Paiz
La austeridad cromática y el carácter sobrio que Magda Eunice Sánchez imprimió a sus trazos la consolidaron como una de las realizadoras más destacadas de la época moderna en el arte guatemalteco. Entre las décadas de 1960 y 1980, en paralelo a su formación y docencia arquitectónica, desarrolló una notoria propuesta estética a través de pinturas y dibujos que la llevaron a obtener dos importantes reconocimientos en la V Bienal de Arte Paiz. El jurado del certamen le otorgó el primer lugar de las menciones honoríficas dentro de la categoría Libre Expresión por su pintura El Gato, y por otro lado, el Glifo de Oro en la categoría Dibujo, reconociendo la obra Hilos I.
La segunda pieza ganadora, a diferencia de El Gato, demostró el carácter estético que también forma parte del universo de Magda Eunice Sánchez: personajes femeninos realizados a partir de trazos depurados, juguetones y cíclicos que hacen pensar en los cambiantes ritmos corporales. El jurado de la V Bienal de Arte Paiz destacó Hilos I por su «síntesis expresiva lineal dentro de una moderna variación temática». Al igual que en otras composiciones de la artista, Hilos I sugiere algo más que una ruta de dibujo aparentemente indefinida; en su lugar, ofrece un mapa de gestualidad en transformación constante.
Año: 1986 Técnica:Porcelana Dimensión: 0.31 mts. de diámetro Premio: Glifo de Oro – V Bienal de Arte Paiz
Realizado por la artista Estella de Ramazzini, este plato de porcelana destacó ante el jurado calificador de la V Bienal de Arte Paiz debido a la originalidad de su diseño, que presenta un aparente lirio resistiendo sobre una capa movediza de tonalidades y figuras. De acuerdo con el acta definitiva de la bienal, realizada en 1986, la obra de Ramazzini se distinguió por un arriesgado empleo de brillo y color, logrando así transmitir la «expresión correcta» de la pieza.
Haciendo hincapié en el brillo de la pieza a través del lustre y el ingenio para ofrecer temáticas relacionadas a la naturaleza, el título de la obra de Ramazzini hace eco de las propuestas técnicas a las que acudían varias mujeres casadas de la sociedad guatemalteca a finales de los ochenta, quienes trabajaban la porcelana. Durante la misma edición en la que se presentó Experimentando Lustre, fueron exhibidas obras como El Ojo de la Noche, en la que María Carlota de León de Peter plasmó un rostro femenino sobre un árbol, utilizando plumilla de oro y plata en una superficie redonda de porcelana. Por otro lado, Gloria Toriello de Herrera presentó Arco Iris Volador, una pintura de esmalte y oro sobre porcelana, en la que recreó a una pareja de guacamayas en una selva tropical.
Año: 1988 Técnica: Pintura – Óleo sobre tela Dimensión: 0.90 x 1.25 mts. Premio: Glifo de Oro – VI Bienal de Arte Paiz
Alfredo García es reconocido por su enfoque sensible y minimalista al sintetizar el paisaje guatemalteco. A través de sus obras, generalmente pintadas al óleo, observa el mundo desde una perspectiva que no altera ni condiciona los parajes, sino que los resignifica como zonas distantes al contagio de la industrialización. Esta búsqueda es además acompañada de una cromática sobria y de gama cálida con la que destaca tonos asociados al color de la tierra y la naturaleza.
Los diversos registros pictóricos del occidente de Guatemala, especialmente de Quetzaltenango, ciudad natal de García, revelan una fijación por la ruralidad. Esta temática fue registrada en la mayoría de sus piezas, destacando entre ellas La Puerta. En 1988, durante la sexta edición de la bienal, el artista quetzalteco participó con dicha obra, lo que le valió el reconocimiento del jurado con el Glifo de Oro en la categoría de Expresión Realista dentro de la sección de Artistas Invitados. Esta pintura fijó un hito en su trabajo, impulsándolo a continuar con sus investigaciones paisajísticas en ediciones consecutivas de la bienal, como la séptima edición, donde obtuvo un Glifo de Plata.
Año: 1998 Técnica:Fotografía – Blanco y Negro Dimensión: 11 x 14 pulgadas y 22 x 22 pulgadas Premio: Glifo de Bronce – XI Bienal de Arte Paiz
La obra de Tomás García Zamora explora la homosexualidad y la identidad en un contexto de represión y resistencia en Guatemala. Presenta una retícula fotográfica de cuerpos desnudos o semidesnudos en blanco y negro, donde la repetición y el contraste entre figuras iluminadas y en sombra sugieren una narrativa sobre la diversidad y la multiplicidad de experiencias. La presencia de las palabras «Culpable», «Gay» y «Homosexual» añade una dimensión semiótica de la violencia y su representación cultural en el país. La decisión de mostrarse en fotografías resuena como un acto de emancipación en un país donde la población LGBTIQ+ ha enfrentado históricamente persecución y violencia. La obra también podría reflexionar sobre la revolución sexual de la segunda mitad del siglo XX, que desafió los códigos hegemónicos de moral y comportamiento, resaltando la tensión entre el individuo y la colectividad en la lucha por la visibilidad y la aceptación.
La historia de amor de Carlos Paiz y Graciela Andrade
El amor tiene muchas formas de expresarse, pero pocas son tan íntimas y conmovedoras como una carta escrita a mano. Por eso, nos vimos muy conmovidos cuando en nuestras exploraciones por la Casa Zaragoza (exploraciones que como buenos y curiosos comunicadores hacemos a menudo), encontramos un tesoro inesperado: una caja de chocolates «Whitman’s Sampler», en la cual doña Graciela guardó con celo las cartas que su esposo e hijos le enviaban en sus viajes de negocios. Este tesoro fue el inicio para contar la historia de amor de Carlos Paiz y Graciela Andrade.
En esas páginas, escritas con tinta y amor, descubrimos una historia de devoción, compromiso y cariño inquebrantable. Un amor que no solo construyó una familia, sino también un legado que cambiaría el rumbo económico y cultural del país.
A través de fragmentos de estas cartas y del libro La historia de Carlos Paiz, reconstruimos la faceta más íntima de esta pareja: la de compañeros de vida, padres dedicados y soñadores incansables. Hoy, en el Día del Cariño, queremos compartir con ustedes esta historia de amor.
Un amor marcado por el destino
Corría el año 1937 cuando Carlos Benjamín Paiz Ayala, un joven empresario, se encontraba en la puerta de su tienda observando el ir y venir de la gente. Fue entonces cuando una joven de cabello oscuro llamó su atención. Día tras día, Carlos la veía pasar, regresando de la Escuela de Comercio, y aunque su timidez le impedía acercarse, su corazón ya le pertenecía a aquella desconocida.
Lo que Carlos no imaginaba era que el destino ya había trazado el camino que los uniría. Cuando decidió contratar a una secretaria para su negocio, su contador le recomendó a una joven excepcional. Para su sorpresa, era la misma muchacha que había cautivado su mirada. Así fue como Graciela Andrade entró en su vida y en su empresa, sin saber que también entraría en su corazón.
Carlos quedó aún más fascinado al conocer a Graciela en su faceta profesional.
«Viéndola trabajar, mi admiración por ella aumentó: era ordenada y muy eficiente, y siempre le sobraba tiempo para hacerse cargo de otras tareas. Sin embargo, estos análisis sobre su eficiencia y talento, aunque verdaderos, eran una forma de engañar el amor y de complacer mi timidez, aplazando el momento terrible de decirle que estaba profundamente enamorado de ella.»
A partir de ese momento, Carlos inició una travesía, nada fácil, para entrar en el corazón de Graciela. Decidido a conquistarla, comenzó a dejarle pequeñas notas y regalos en su escritorio, expresándole con gestos su creciente cariño. Graciela, aunque al principio se mostraba reservada (pues don Carlos tenía fama de ser coqueto), guardaba con recelo cada mensaje. Poco a poco, su corazón fue cediendo ante la insistencia y ternura de Carlos.
Primera nota enviada por Carlos Paiz a Graciela Andrade (1937): Me llamo: Carlitos
Nota enviada junto a ramo de rosas a Graciela Andrade en su cumpleaños: Para Graciela, con todo el cariño. Carlos B. Paiz. A. 19/12/37
Un «sí» que casi no llega
El 4 de noviembre de 1937, el día de su cumpleaños, Carlos reunió todo su valor para pedirle que fuera su novia. Pero, impulsado por su amor y entusiasmo, también le propuso matrimonio.
La intensa declaración dejó inquieta a Graciela, quien, sin saber qué responder, decidió fingir una enfermedad y pedir unos días de descanso. Viajó a Panajachel para reflexionar sobre la apresurada propuesta, buscando tiempo para ordenar sus sentimientos.
Sin embargo, Carlos sospechaba que su ausencia era una forma de evadir la respuesta. Decidido a no perderla, habló con la madre de Graciela, doña María Luisa Andrade, y le ofreció poner a su disposición a su médico de confianza para asegurarse de su bienestar. Cuando Graciela regresó, Carlos la esperó con una cita médica programada y un ramo de flores acompañado de una nota especial.
Grace: Deseo que siga mejor, a las 10 debe estar en el Hospital
aunque nos hace muchísima falta no se preocupe por nosotros. La esperamos siempre, pero ya buena y alegre. Carlos B. Paiz A.
El corazón de Graciela no pudo resistirse a tanto cariño y cuidado. Finalmente, tomó la decisión de aceptar su propuesta y, dos meses después, el 6 de enero de 1938, la pareja se casó en la Iglesia del Carmen.
Nota escrita por Carlos Paiz a Graciela Andrade dos días antes de su boda:
Grace: a las (5) paso por ti debes estar pollona pues vamos a un té que nos dan unas amigas en el patio; con tu vestido de hoy creo
estará bien o el doradito, tú lo dispones. Tuyo Carlos
G 4/1/38
Nota escrita por Carlos Paiz a Graciela Andrade un día antes de su boda:
Graciela: ¿Cómo amaneció mi novia? bonita verdad? Quiero me mandes mi foto, la grande que tienes en tu cuartito la necesito para un cliché.
La muchacha llegará después
por tu ropa, pues quiero tenerla en el carro cuando nos vayamos.
Tuyo Carlos
Un legado de amor y transformación
Desde ese día, sus vidas cambiaron para siempre. Graciela pasó de ser la secretaria de la tienda a convertirse en un pilar fundamental del negocio. Por su parte, Carlos encontró en ella una fuente de admiración y una compañera inigualable, y juntos sentaron las bases de lo que se convertiría en una revolución en el comercio guatemalteco.
A pesar del éxito de los Almacenes Paiz, que le mantenían muy ocupado, Carlos jamás dejó de expresar su amor por Graciela. En cada viaje de negocios, le escribía cartas detallando sus logros, las innovaciones que veía y cuánto la extrañaba. Esas cartas, telegramas y notas se convirtieron en testigos de su devoción.
“No me vine muy contento porque la dejé con mosh, máxime que no pude saber el motivo, lo seguro que yo sea el culpable por no saber atender a mi mujercita tan buena que tengo, pero de ahora en adelante seré diferente.”
Graciela, por su parte, guardó cada una de ellas con cuidado, convirtiéndolas en un legado de amor que nos permite reconstruir su historia. Gracias a estos escritos, podemos ver que su relación se basó en la admiración, el respeto y un amor inquebrantable.
Nota enviada por Carlos Paiz a Graciela Andrade por su cumpleaños en 1942:
“Engracia: Desde que te entregué mi corazón nada he encontrado mejor para festejarte este día que ofrecértelo nuevamente aunque un poco viejo, pero siempre queriéndote…. G 19/12/42”
Postal enviada por Carlos Paiz a Graciela Andrade en 1955:
“Gracielita A de Paiz, Pte:
Gracielita: Tengo fe que cada día seremos más felices.
Tuyo siempre.
Tu Chale.”
Carlos B. Paiz A. a su adorada mujercita Graciela A. de Paiz
G 23/10/38
El fruto de su unión fueron seis hijos: Carlos Manuel, Rodolfo Ernesto, María Isabel, Sergio Abelardo, Fernando y Roberto. Su historia es una prueba de que el amor verdadero se construye con confianza, compromiso y comunicación.
«Lo lindo de ellos dos es que se querían profundamente. Estaban sumamente enamorados el uno del otro. Mi papá estaba loco por mi mamá y ella, a pesar de ser tan conservadora, se dejaba querer y cuidar por él. Creo que el éxito de su relación radicaba en que se complementaban, pero también se admiraban y respetaban mutuamente.
Para nosotros, fue una bendición tener unos padres como ellos y ser testigos de ese amor, disfrutando de una familia sólida y estable. Mis papás supieron transmitir a sus hijos y nietos el amor por el trabajo, pero sobre todo, el amor por la familia.»
Hoy, el legado de Carlos Paiz y Graciela Andrade nos recuerda que el amor no solo transforma vidas, sino que también puede cambiar la historia de un país.